No voy a sustituir mi excelente colección de jazz por música tonkinesa, pero quién sabe. Las pequeñas naciones inventan nimiedades como el reloj de cuco (que parece que fue alemán) o el chocolate con leche (que parece que fue invento belga; en realidad, el mejor invento suizo ha sido la aspirina, aunque Hoffmann era alemán, lo realizó en Suiza), pero el mundo avanza en lo esencial a través de la hegemonía de sucesivos imperios. La dominación imperial, el capitalismo (o el libre mercado si se prefiere) y la innovación científico técnica son las tres patas de ese taburete que llamamos con optimismo feroz 'progreso' humano.
Cualquier imperio del pasado, desde el de los mongoles al romano, no puede subsistir sin poder militar, sin invasión cultural y sin dominio económico. Por eso que el Imperio norteamericano derive hacia un aislacionismo militar, un proteccionismo económico y una xenofobia cultural indica que está cercano su fin como hegemónico; ya aparecen claramente otros polos como el chino para sustituirlos. Nos guste o no, no debemos olvidar que el imperialismo, romano, mongol o norteamericano, es una forma de civilización que produjo el latín como lengua oficial y universal, el código romano, las obras públicas, las rutas comerciales y el capitalismo y el liberalismo. Las metrópolis de los imperios son los principales beneficiarios de esos imperios, pero eso no quiere decir que el resto del mundo no reciba beneficios en forma de bienes culturales o paz mundial, por mucho que ese sea un intercambio netamente desigual. De hecho, la todavía actual metrópolis imperial, los Estados Unidos, ha superado la crisis de 2008 mucho más rápido que el resto del mundo. Hasta ayer mismo eran además un buen referente de diversidad, innovación y tolerancia. Trump parece que va a cambiar todo eso; Estados Unidos seguirá siendo una potencia y una gran nación pero perderá influencia ¿Es eso una buena noticia? Depende. Lo paradójico es que los máximos beneficiarios de la globalización renuncien a ella.
Como señala el analista José Ignacio Torreblanca, no sería la primera vez en la historia que los imperios se suicidarán. Pasó con la famosa expansión marítima de la China de comienzos del siglo XV. Hoy, mientras Trump y May anuncian su intención de autarquía, China defiende con ímpetu la globalización. Sin embargo, nos guste o no, vivimos en un mundo de cultura anglosajona, con dominio de su idioma y de sus productos culturales, desde sus libros, infinitamente traducidos, a sus películas, incomparablemente más exitosas, pero sobre todo merced a sus dos instituciones más apreciadas, la democracia representativa y el capitalismo, que es lo mismo que decir que el liberalismo como filosofía política. Son caminos tortuosos y hasta torticeros hacia la libertad, pero al igual que la Pax, que era romana, esa libertad es anglosajona. El exitoso modelo chino, en cambio, reúne lo peor de ese mundo: la depredación capitalista sin las libertades políticas.
No me gusta lo que viene, por mucho que tenga críticas hacia lo que ha sido hasta hace poco. Un sobrevalorado líder político español, ufano de su miope pragmatismo, dijo que no importaba si el gato era negro o blanco siempre que cazara ratones, pero el gato chino no va a compartir sus ratones con nadie, ni siquiera el rabo y yo prefiero ser un gato neoyorquino (mojado pero acariciado por Audrey Hepburn y George Peppard), que un gato pequinés cocinado en salsa de soja.
Cualquier imperio del pasado, desde el de los mongoles al romano, no puede subsistir sin poder militar, sin invasión cultural y sin dominio económico. Por eso que el Imperio norteamericano derive hacia un aislacionismo militar, un proteccionismo económico y una xenofobia cultural indica que está cercano su fin como hegemónico; ya aparecen claramente otros polos como el chino para sustituirlos. Nos guste o no, no debemos olvidar que el imperialismo, romano, mongol o norteamericano, es una forma de civilización que produjo el latín como lengua oficial y universal, el código romano, las obras públicas, las rutas comerciales y el capitalismo y el liberalismo. Las metrópolis de los imperios son los principales beneficiarios de esos imperios, pero eso no quiere decir que el resto del mundo no reciba beneficios en forma de bienes culturales o paz mundial, por mucho que ese sea un intercambio netamente desigual. De hecho, la todavía actual metrópolis imperial, los Estados Unidos, ha superado la crisis de 2008 mucho más rápido que el resto del mundo. Hasta ayer mismo eran además un buen referente de diversidad, innovación y tolerancia. Trump parece que va a cambiar todo eso; Estados Unidos seguirá siendo una potencia y una gran nación pero perderá influencia ¿Es eso una buena noticia? Depende. Lo paradójico es que los máximos beneficiarios de la globalización renuncien a ella.
Como señala el analista José Ignacio Torreblanca, no sería la primera vez en la historia que los imperios se suicidarán. Pasó con la famosa expansión marítima de la China de comienzos del siglo XV. Hoy, mientras Trump y May anuncian su intención de autarquía, China defiende con ímpetu la globalización. Sin embargo, nos guste o no, vivimos en un mundo de cultura anglosajona, con dominio de su idioma y de sus productos culturales, desde sus libros, infinitamente traducidos, a sus películas, incomparablemente más exitosas, pero sobre todo merced a sus dos instituciones más apreciadas, la democracia representativa y el capitalismo, que es lo mismo que decir que el liberalismo como filosofía política. Son caminos tortuosos y hasta torticeros hacia la libertad, pero al igual que la Pax, que era romana, esa libertad es anglosajona. El exitoso modelo chino, en cambio, reúne lo peor de ese mundo: la depredación capitalista sin las libertades políticas.
No me gusta lo que viene, por mucho que tenga críticas hacia lo que ha sido hasta hace poco. Un sobrevalorado líder político español, ufano de su miope pragmatismo, dijo que no importaba si el gato era negro o blanco siempre que cazara ratones, pero el gato chino no va a compartir sus ratones con nadie, ni siquiera el rabo y yo prefiero ser un gato neoyorquino (mojado pero acariciado por Audrey Hepburn y George Peppard), que un gato pequinés cocinado en salsa de soja.
Es paradójico, sí, pero no me extrañaría que, después de más de un siglo quejándonos del imperialismo norteamericano, empezáramos ahora a descubrir motivos para quejarnos de su retirada.
ResponderEliminarPues sí, podría pasar que lo echásemos de menos. Al final y al cabo, llevamos tres siglos de dominación anglosajona con británicos primero y luego con estadounidenses y estamos muy ‘permeados’ de ellos. En cambio y orientalismos baratos al margen, la china es una cultura ajena que, por lo que puedo percibir, funciona con el hombre-masa, bien por su pasividad aquiescente, bien por sus oleadas furibundas revolucionarias: me son muy ajenos.
EliminarSe oye mucho hablar de que quizás lo destituyan - el famoso impeachment, como se empeñan en decir algunos para mostrar que saben inglés. Ya se había oído que a algunos congresistas republicanos no les caía demasiado bien y que temen que meta la gamba.
ResponderEliminarAhora, no creo que sea Trump la causa de la caída del imperio americano, si en verdad va a ocurrir. Me caerá como una patada en los huevos, pero no es culpa suya que su educación sea tan dispar o que el país se haya metido en tantas aventuras militares desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Seguramente ha colaborado en que la diferencia de ricos y pobres sea tan abismal (y la ha aprovechado), pero el sistema (¡Qué hippy he sonado ahí!) le ha reído las gracias y tiene más colaboradores.
Si China llega a ser el referente, probablemente sólo nos invadirá como lo ha estado haciendo, mediante inmigrantes. Más probable me parece que, si EEUU se retrae, surja la ocasión para que los países de la zona de Polonia demuestren lo que llevan anunciando los tests de PISA, si realmente predicen un futuro boyante, en el ámbito europeo.
Pero bueno, ya se verá. La futurología es insegura.
Por supuesto. Los declives de los imperios son procesos paulatinos debidos a muchas causas -yo he señalado tres- a lo largo del tiempo, pero Trump es un clavo en el ataud de ese declive. En cuanto a tu previsión de algunos europeos, no sé. China emerge y ese es el cuatro gran factor, para que desaparezca un imperio tiene que aparecer otro.
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