jueves, 26 de enero de 2017

Quo Vadis Europa (La obviedad de Europa, 2)




Pues va desbocada a la grupa del toro enloquecido de lujuria. Puede parecer un paradoja, en estos momentos en que la unión política de Europa se ve tan amenazada, pero en cierto modo, el modo malo, Europa es cada vez más Europa. Me explico: la imagen, el icono de Europa es la frontera, desde aquellas primeras murallas que cercaban las ciudades, hasta esta Europa asediada por miles de inmigrantes y refugiados; del mismo modo que el icono de Estados Unidos me parece que es la autopista y sus ciudades no son sino encrucijadas de esos caminos. Y no se me mencione Nueva York o incluso San Francisco porque en cierto modo no son ciudades norteamericanas, sino multiculturales, al margen del país y adelantadas a él, europeas. Esa percepción es la que ha hecho afirmar a Claudio Magris, un estudioso de las fronteras de que “la frontera se convierte casi en sinónimo de Europa”. No es un presente ni un futuro deseables, porque es un retroceso, aunque sea un retroceso a ciertas esencias, esencias detestables.

Hay procesos que aminoran ese amurallamiento. Como la tolerancia, pero la tolerancia no es sino el reconocimiento de un derecho de los ‘otros’ a ser y actuar a pesar de que detestamos esa forma de ser y actuar. Un expediente para evitar el conflicto de forma pragmática, igual que el comercio es el sustituto de la guerra como decía Benjamin Constant en De la libertad de los antiguos comparada con los modernos, porque permite hacernos con los bienes de otros sin tener que usar la violencia. Tolerancia no es lo mismo que respeto, como compasión no es lo mismo que igualdad de derechos.

En Europa además no sólo nace la democracia, sino que también aquí se corrompe, porque la democracia no sólo peligra prosaicamente como procedimiento para tomar decisiones colectivas, en su forma política, se podría decir, sino como forma de vida social, como coexistencia pacífica, como canalización de la violencia, como emancipación de las personas, como ámbito de libertad. Europa además es cada vez más hipócrita, y la hipocresía es el grado mínimo de la moralidad, como la tolerancia lo es de la aceptación del otro. Los hechos son bien duros; si lo que define a Europa, lo que es Europa, son las fronteras, hay que recordar que en esas fronteras, abiertas al comercio de bienes y armas, mueren a millares las personas.

Hablaba de la excepción estadounidense, de ciudades como Nueva York, que no es Estados Unidos. Eso quizás nos de la pista de un futuro metropolitano europeo como una de las salidas viables del ensimismamiento europeo, porque las grandes urbes, a diferencia de las aldeas y pueblos, de la tradición rústica, se edifican sobre el anonimato y la diferencia; o sea, en la ciudad uno puede ser ciudadano del mundo, al igual que en la aldea uno sólo puede ser aldeano. En las urbes se aligera el peso de las tradiciones, la advertencia del pasado, todo se renueva, se modifica y convive. La calle abigarrada, donde se escuchan cientos de acentos y decenas de idiomas parece así la única hospitalidad concebible para Europa. Cuando todos los ciudadanos (me encanta al término a la inversa que el de pueblo) somos al fin refugiados en el anonimato de unas ciudades que no mitifico, pues son demasiado grandes para construirse en monolíticas comunidades. Valga una cosa por otras.

Pero claro, buscar el refugio de las grandes ciudades, unificar sus propósitos como intentan algunos gobiernos municipales como el de Madrid y Barcelona en España, no basta aunque parece un buen camino. Porque subsiste el problema de que en la Unión Europea (¿y no es así en el resto del mundo?) "los elegidos no gobiernan y aquellos que gobiernan no son elegidos" (Joseph Stieglitz). No hay que olvidar que la principal frontera no es físicamente detectable aunque sí muy apreciable por todos, es la marcada por la secesión de los ricos, que es la que da la clave de lo que está sucediendo ahora y que algunos formulan, olvidando esto, como el dominio de la economía sobre la política. Como con la tolerancia respecto al respeto, el capitalismo extractivo y financiero propone resolver esta brecha—a la par que sigue dinamitando el Estado del bienestar— como en la Edad Media, mediante el donativo; es decir, retrocediendo de un sistema de derechos a uno de compasión (y espectáculo, véase el post anterior).

Las propias incoherencias ecológicas, sociales y hasta termodinámicas del capitalismo con su propuesta fantasiosa de un crecimiento económico sin fin es tan absurda y peligrosa como cualquier quimera de Al Qaeda, como señala Josep Ramoneda. No es ahí donde están las soluciones, sino donde radican los problemas. Cada vez estoy más convencido de que el capitalismo, al menos el realmente existente, es incompatible con la democracia y con la vida digna de los ciudadanos. Así pues, la democracia está en peligro y Europa vive una lógica y profunda crisis de confianza en la política. Los gobiernos, en la medida que se han convertido en siervos de la oligarquía del capital ya no representan el interés general; y en dicho sentido, es muy acertada la consigna de los nuevos movimientos y partidos de “no nos representan”. No nos representan, en efecto, aunque los hayamos elegido. Los iconos de la crisis, el deterioro de la sanidad, la educación y el acceso a la vivienda son elocuentes. No es tampoco de extrañar que los nuevos populismos tanto de derecha como de izquierda trabajen sobre la hipótesis de la oposición entre las élites y el pueblo, es decir, bastante más que la afirmación del populismo como simple etiqueta de los que rompen los consensos institucionales del bipartidismo, sino la ocupación de los espacios abandonados por los partidos tradicionales.

Si la Unión Europea quiere subsistir debe dejar atrás el pasado fronterizo que la define y restaurar dos equilibrios de poder: el de poner límites al poder económico y el de devolver a la política su autoridad. Thomas Picketty, Daniel Cohen y otros lo han formulado así “La cuestión central es simple: la democracia y los poderes públicos han de recuperar el control de manera efectiva y regular el capitalismo financiero globalizado del siglo XXI. Una moneda única con 18 deudas públicas diferentes con las que los mercados pueden especular libremente y 18 sistemas fiscales y de prestaciones en rivalidad desenfrenada entre sí ni funciona ni funcionará jamás”.

Europa, al revés que América, es una tierra muy gastada, de naciones demasiado cargadas de historia, pero con un modelo social —ese que las élites quieren eliminar y que en Estados Unidos jamás ha existido por el que es admirada y envidiada en el resto del mundo. Un mundo donde a pesar de ese narcisista espionaje consentido que son las redes sociales, todavía existe la intimidad, donde los individuos poseen un espacio propio, aunque la mayoría se olviden de que una conversación en Twiter no es una cena en casa. Donde la mezcla es inevitable, donde Europa como tierra de paso y de acogida, como tierra de historia gastada y acumulada, debe ser tierra de derechos es decir, de ausencia de discriminación por lengua, origen, sexo, raza, posición social y cultural; lo que hace agradable la vida en sus ciudades, lo que diferencia, pese a estar repleta de inmigrantes, la hostilidad laboral de El Ejido en Almería, tierra de invernaderos, de la acogedora y frenética vida cada cual a lo suyo de Madrid. La alternativa es la cultura del miedo, o de la seguridad absoluta, que viene a ser lo mismo.

Lo mismo se podría decir de la libertad de expresión, que no debería ser solo un derecho, sino una cultura, como la tolerancia es una simple concesión, no un respeto, la tolerancia es paternalista: le doy la palabra a pesar de que sé que está equivocado, sino que se trata de admitir la posibilidad de que el equivocado sea yo y que el otro me convenza, esa es la base del multiculturalismo enriquecedor y no los guetos tolerados, los ateneos, no las mezquitas. Y la libertad de expresión debe ser combativa con las dos formas de corrección política, la económica, que dice que no hay alternativas y que subyuga al poder político y a la democracia, y la moral que pretende limitar el lenguaje y la crítica confundiendo el respeto a las personas con la limitación a lo que se puede decir, olvidando que la corrección política del momento está en manos del poder económico que es el que ejerce el poder normativo. Yo soy muy tajante: no creo en la existencia del delito de opinión, por más que muchas opiniones no sólo no me parezcan respetables sino ampliamente detestables, porque no todo lo detestable, como la mala educación, debe ser delito, eso solo conduce a Estados policiales, que prohiben hasta el humor como una falta punible de respeto.

También la laicidad. Creo que las religiones siempre existirán y cuando no, son sustituidas por algo peor, porque el ser humano de hoy está hecho con los mismos materiales que el que inventó los dioses, así que la única solución es separar las religiones de los poderes públicos y mantenerlas en el ámbito estrictamente privado. Además, las religiones más en expansión actual, como el islam, le han dado la vuelta a la sentencia de Nietzsche: si Dios existe todo está permitido (por ejemplo masacrar a los no creyentes).

Si los dirigentes actuales siguen utilizando las cifras como vendas para no ver a las personas, esto no tiene solución, porque negándonos toda alternativa lo único que se fomenta es la cultura de la indiferencia, de todas formas, los otros están aún peor. Sólo en este aspecto entiendo los secesionismos. Menos ambicioso que el tanguista con el mundo, en este caso, solicito que pare Europa porque me apeo. Sé que esto de arriba no ofrece respuestas, pero es que me adhiero a la afirmación de Savater de que la filosofía no está para salir de dudas, sino para entrar en dudas. Porque la duda no implica ignorancia, sino conocimiento y de ninguna manera desemboca en la inacción, simplemente conoce sus propios límites. La duda no es un fin, sino un medio, como la democracia, como Europa, como sus acogedoras, pese a todo, ciudades. Claro que los dogmáticos, los que no dudan, soltarán su coletilla favorita que es "más a mi favor", que no es el mío.

2 comentarios:

  1. No le falta razón a Magris, la relación de Europa con las fronteras está en su enfrentamiento a los diversos enemigos que ha tenido: los persas, Cártago, el Islam... Es curioso lo mal que se nos da a los europeos reconocer a nuestros enemigos internos.

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    1. Sí, Magris es un gran autor "europeo" más que italiano, un italiano germanófilo, como barnes es un inglés francófilo, gente útil, antinacionalistas sin aspavientos.

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Ansío los comentarios.Muchas cabezas pueden pensar mejor que una, aunque esa una sea la mía