"Adolf Loos y yo (…) no hemos hecho otra cosa más que mostrar que existe una diferencia entre una urna y un orinal, y que sólo a partir de esa diferencia se establece un margen para la cultura. Los demás (…) se dividen entre los que usan la urna como orinal y los que usan el orinal como urna."
K. Kraus, “Nachts” (1913)
Cuando se abrieron brevemente los archivos policiales de la DGT tras la Transición y tuve la oportunidad de recuperar mi ficha que aún conservo como conservo fósiles del cretácico, se me calificaba de 'filocomunista'; no estaba mal visto. Yo nunca he sido comunista autoritario, o sea, comunista a secas, pero en una época en que 'El Partido' era prácticamente la única organización eficaz de oposición al franquismo, yo era muy filo de sus valerosos y agnegados militantes y en ocasiones ayudé, así qué bien por la policia político social que me tenía tan calado.
En tiempos muy cercanos, la invectiva favorita desde la derecha al rival político era llamarle comunista, aún lo hacen, y desde la izquierda, simétricamente, fascista, sin precisar mayores contenidos de tales etiquetas. Ahora, en cambio, el epíteto insultante de moda es el de populista. No está mal visto, porque a la inversa del comunismo y el fascismo, todas las opciones políticas actuales son en mayor o menor medida populistas, pero ¿qué se quiere decir con esa etiqueta? Hay partidos, como el histórico peronismo argentino, que abarcaban toda la gama de populismos desde la extrema izquierda a la ultraderecha, y hay partidos actuales como el Frente Nacional francés que son muy populistas, pero entremedias hay toda una gama de grises populismos.
Populismo obviamente alude al pueblo, un constructo teórico en el fondo inexistente y aún más ahora. Cuando el comunismo convirtió a esa abstracción en el sujeto activo de la Historia, así, con mayúsculas, es cuando surge el populismo. Una posible definición de populismo es la de preferir la acción política en las calles, tanto da repartiendo octavillas a la puerta de una industria, forjando asambleas en una plaza o colocando incluso bombas, a la de las instituciones, consideradas como venales y fingidoras de la verdadera acción política. Sobran pues, en el populismo extremo, aunque se sirvan de ellas, las instituciones como los parlamentos, las votaciones, los jueces y hasta los partidos políticos (salvo el propio, claro), en eso no se diferencian del comunismo que existió. Usan las urnas como orinales, o quizás al revés.
Debemos remontarnos a la Europa de finales del XIX y comienzos del XX cuando las clases trabajadoras estaban expulsadas del pacto social y sólo eran, bien carne de cañón (o de fábrica), bien sujeto de las revoluciones (otra forma de carne de cañón). Fuera del pacto social de cuyos beneficios no podían acogerse, parece no sólo legítima sino lógica la adscripción de esas clases a la lucha revolucionaria. El comunismo, al menos el teórico, ha tenido pues una justificación que jamás ha poseído el fascismo, por mucho que la acción final del comunismo y sus víctimas haya sido tan cruenta en uno y en otro. Es el viejo enfrentamiento entre quién fue más ‘coco’ vesánico si Stalin o Hitler. Sin embargo, por eso mismo, definirse meramente como anticomunista ha supuesto instalarse en la peor compañía de la historia, no sólo porque la mayoría de sus militantes de base han sido la sal de la Tierra, sino por lo antedicho, así que yo me defino por lo que no soy: ni comunista, ni mucho menos anticomunista, y el que me quiera entender que me entienda.
Así las cosas, el partido comunista, el Partido por antonomasia en el que se militaba como los cristianos en su fe y no de esa forma mucho más ligera de un liberal o un socialdemócrata, ese Partido, junto al sindicato es el que cumplió el papel de facto que el Estado no cumplía: protegerlos de los peligros que les acechaban, pero a cambio de una obediencia absoluta, convirtiendo la disidencia, que en otros casos sería enriquecedora, en el peor de los pecados, la herejía. El fracaso del comunismo real puede resumirse, entre otras cosas, por una frase del Agente Smith de la película Matrix: "Never send a human to do a machine's job"; es decir, "Nunca encargues a un humano el trabajo de una máquina", aunque yo cambiaría el 'encargues' por el 'trates': nunca trates a los humanos como si fueran máquinas.
Los excluidos de los beneficios del estado, en aquellas épocas, eran mayoritariamente iletrados, así que no podían saber cuáles eran sus ‘intereses objetivos’ como clase, para eso estaban sus dirigentes, que a su vez eran su conciencia (de clase). El partido les informaba periódicamente de eso y de cómo tenían que vivir, luchar y, sobre todo, pensar. Ellos se limitaban a actuar en consecuencia.
Todo eso funcionó bastante bien y los partidos comunistas alcanzaron enormes cuotas de poder, hasta hacerse omnímodo en algunos países que todos conocemos. Hasta que esa misma lucha, junto con la de socios llamados despectivamente ‘compañeros de viaje’, como los socialdemócratas, los socialistas, los anarquistas y hasta los primeros liberales, consiguieron que los trabajadores, como los negros en estados Unidos, tuvieran ‘derechos civiles’ y, consecuentemente el Partido se convirtió en legal, es decir en un partido ‘más’. Cuando los trabajadores empezaron a tener derechos sociales, es decir, con el Estado del bienestar, hoy en desmantelamiento progresivo, la obediencia a la franquicia original de la URSS se fue descomponiendo (y a la vez la propia URSS).
Por otra parte, oh sorpresa, los trabajadores no sólo deseaban mejores condiciones de trabajo, sino que deseaban a secas, es decir, deseaban otras cosas diferentes de la revolución y la revolución a veces ya ni la deseaban, visto como la gastaban donde triunfaba. Y vino la gran desbandada de la clientela antes cautiva del Partido.
Y en esto se vio la posibilidad de que el populismo llegara más lejos que el comunismo con el que compartía muchas cosas. Para empezar, "el pueblo" no existe, es un constructo en el que verter las aspiraciones de sus pretendidos o reales dirigentes; existe la gente, los individuos, incluso ocasionalmente la masa, pero esa unidad formal que es el pueblo no existe realmente salvo como abstracción y depende del uso que hagamos de ese término será útil o nefasto. Igualmente —y siento coincidir con la nefasta Thatcher— que no existe la Sociedad, con la diferencia de que la sociedad que no existe, como no existe el ecosistema, salvo como formulación útil sobre la que trabajar, pero que no existe como sí existe la célula o el ADN, se ha convertido en el sujeto invocado por los populismos, puesto que lo de ‘pueblo’ está ya muy contaminado por horribles experimentos sociales del pasado.
Los populismos han ido ganando terreno en las democracias, pero invocando a la ‘sociedad’, no al pueblo, un sujeto que no es empíricamente abarcable ni científicamente accesible, sino un ser fantasmal. Y claro, las instituciones siempre van con retraso en relación a ese ente que a veces también se invoca con otro término igual de evanescente: ‘la calle’, fluida, amorfa, escurridiza, moldeable, cambiante, escurridiza, cuya voz auténtica sólo conocen los populistas. Con la sociedad no conectaban a menudo los políticos, otras veces eran los legisladores los que iban por detrás de ella, no lograban adaparse a sus necesidades y deseos de esa elástica e implacable entidad, la Sociedad, la Calle, los de abajo, no había sintonía… Es un buen negocio administrar el lamento por el retraso con respecto a "la sociedad", con papanatas ilustrados que aplauden con un optimismo irreflexivo sus hallazgos, los que convenga en cada caso. Curiosamente, en mi caso, cuando me hablan del pueblo, de la calle, de la sociedad, de los de abajo... voy y no me siento concernido ni aludido. Para mí esa idea de sociedad es similar a las del pueblo de Dios en el pasado (o no tanto) anterior y superior a la Constitución y a las leyes, por tanto, saltémonos las leyes, sobre todo si van con retraso o son injustas; quén decida eso, ya sabemos, es los que están en el ajo, en la calle, con los de abajo y sabiendo lo que dice y quiere la sociedad.
Concluyo, lo que caracteriza a los populismos, que se encuentran, insisto, en todos los partidos y opciones políticas en mayor o menor medida, son dos factores: la invocación de entes intangibles en forma de pueblo (que le da nombre) o ahora de la Sociedad, la Calle, los-de-abajo, y el desprecio a las Instituciones que no se pretenden reformar tanto como suplantar por, precisamente, esa evanescente entidad que es la Sociedad, el Pueblo, los-de-abajo, la Calle. Un nebulosa subjetiva de expectativas, aspiraciones, ilusiones, proyectos y deseos a menudo contradictorios que se trasmuta dócilmente dependiendo de quienes la invoquen, usándola de cortada ideológica indemostrable, un ungüento amarillo que sirve para defender una idea y su contraría. Populismo. Cuando los testigos de Jehová llamaban a mi puerta y me preguntaban si creía en Dios, yo les contestaba: ¡Claro que sí, cómo no voy a creer si yo soy Dios!, pues eso, yo soy el pueblo, la sociedad, el de abajo, pero en compañía de quien yo elija, la ciudadanía consciente tanto de sus derechos como de sus deberes, o sea, de las leyes, que se pueden cambiar, y administrándome yo.
Aunque no lo dices, en tu último párrafo se deduce que eres libertario: "administrándome yo". Respecto al texto en sí, uno podría decir que el comunismo ha sufrido algo parecido a lo que sufrieron ciertas religiones precristianas: ha creado un modo de llegar al corazón del común de los mortales (otro concepto abstracto, lo sé), pero van a ser otros (como fue el caso cristiano e islámico) quienes vana sacarle el máximo partido.
ResponderEliminarSoy demócrata. Un demócrata perfeccionista que cree que la democracia y sus instituciones son una meta a la que se aspira pero no algo en lo que se llega y se instala y ya está
EliminarQué buena la cita de este Kraus (¿Kalfredo?). Qué afición tan peligrosa tengo yo por las frases brillantes, los epigramas y las greguerías...
ResponderEliminarY tú sigues haciendo unos análisis cojonudos, de fondo y de forma. Tu desmenuce de lo que son el "pueblo" y la "sociedad" debería sintetizarse de algún modo manejable y fácilmente comprensible, para fijarlo por esquinas y monumentos públicos, a ver si por fin lográbamos eliminar el uso masivo de estas detestables inexistencias, que se las arreglan para molestar mucho más que si existieran.
Claro, que no serviría de nada. Sigo leyéndome "la Revolución", de Magerit, que hace un estupendo retrato del proceso de formación de otra de estas dañinas invenciones abstractas, la "nación". Uno diría que las cosas que sucedieron por culpa de esta simpática palabra en sus primeros cincuenta años de vida política deberían haber bastado para que se la eliminara de la faz de la tierra y se echara sal sobre los vestigios, pero ahí la tenemos, vivita y coleando. Ha atravesado triunfante todo el espectro político, desde la izquierda en la que nació y de la que fue poco a poco expulsada por el peligroso competidor "el pueblo", hasta la derecha en la que alcanzó su esplendor más sangriento hace sesenta o setenta años, con rescoldos que siguen llameando aquí y allá, Ahora que, como bien dices, el "pueblo" está siendo sustituido en la izquierda por la "sociedad" ("civil", a ser posible: curiosa distinción que no sé si pretende diferenciarla de la militar, de la eclesiástica o de la penal), la "nación" parece querer volver a sus orígenes izquierdosos, -desde luego, sin renunciar por ello a su cómodo domicilio habitual en la derecha, que se lo pregunten si no los Junts pel Sí), con la sorprendente complicidad de la izquierda que, no muy segura de cuál es su misión ahora que lo de la revolución ya no le apetece mucho a nadie, de momento parece dispuesta a aceptar cualquier oferta que no suene mal.
Las abstracciones, que en principio son positivas cuando se utilizan, insisto, -como el ecosistema- para estudiar realidades, como un lago, se convierten en negativas cuando se hacen propositivas, sujetos de acciones propuestas: el pueblo, la nación y su p.madre...
EliminarKarl Kraus, el fundador del 'krausismo' cuyo pensamiento a menudo es olvidado por su énfasis en la verdadera educación como forma de cambiar las cosas.
EliminarYo, como tú, también creo que todos son populistas (habría que empezar a ordenarlos de mayor a menor). Y, en el fonfo, tampoco es culpa de ellos, sino del propio sistema, de las reglas de un juego que consiste en obtener cargos y, por lo tanto, hay que venderse. Y se ha comprobado que lo que interesa es idiotizar lo más posible a los ciudadanos para que se comporten como borregos obedientes a las consignas populistas.
ResponderEliminarLa democracia, en efecto, hay que entenderla como un proceso. Lo que pasa que su mejoría depende, fundamentalmente, de la calidad de los ciudadanos. Y, como cada vez somos más borregos, también yo soy bastante pesimista.
De acuerdo (previsiblemente te has adelantado a mi 3ª y siguiente entrda)
EliminarPor cierto, tengo la impresión de que has confundido a dos Krauss. El de tu cita deduzco que es el periodista austriaco de principios de siglo (lo deduzco porque fue contemporáneo de Adolf Loos), un tío que me encanta y cuyos escritos recomiendo vivamente. Pero el fundador del kraussismo fue Karl Krause, que vivió cien años antes.
ResponderEliminarTienes razón, no es ni Alfredo Krauss, como bromeaba Vanbrugh, ni el Karl Krauss del krausismo, sino el que mencionas, También Karl, pero Kraus con una sola s
EliminarMe gustó mucho el texto, y algunas definiciones son canónicas "el pueblo como constructo", la militancia comunista como en la fe, , etc. Interesante es también en aquella orilla el concepto de populista no tenga una fuerte carga de "popular", por no decir "pop" (les decimos en sorna a los peronistas "nac &pop", por nacionales y populares).
ResponderEliminarEl orden social "burgués" pretendió, y por momentos logró, excluir a las mayorías. A veces por la fuerza, y otras por abuso de autoridad moral.
Como respuesta a esta situación surgieron politicos que pretenden hablar directamente con el pueblo y desde el pueblo: los populistas.
Una caracteristica habitual de estos politicos es que están muy atentos a las encuestas, toda firmeza ideologica es sospechosa de elitismo, y que su accion politica suele ser cambiante (a veces hasta opuesta a la que hicieron ayer) ya que surfean la ola del humor social.
Otra más: son procíclicos en economía: hay que ser un teórico irredento y un amargo para ahorrar en época de vacas gordas, invertir para mañana y preveer para días de lluvia. Lo apropiado es declarar el ansiado fin de las restricciones que la voluntad magnífica del líder ha logrado para el pueblo. Como en muchas ocasiones un pueblo empobrecido tiene necesidades extremas, y la buena situacion permite "cebar la bomba" a la Keynes, allí tienen uds. lo procíclico. Paran cuando se dan contra la pared.
Gracias, Chofer.
EliminarMe gusta lo de 'procíclicos'
Hablaba con un amigo quien me decía que los populistas viven un eterno presente.
ResponderEliminarMuy perspicaz tu amigo, Chofer
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