martes, 12 de mayo de 2020

Iconos de la ciencia



El éxito masivo de un icono devora a su creador, da igual que sea la Mona Lisa de Leonardo o el Sherlock Holmes de Conan Doyle. La mayoría de la gente, incluso entre los propios científicos fuera de sus disciplinas específicas, se mueve por iconos sin un conocimiento profundo de lo que hay detrás de ellos. Tomemos por ejemplo la Teoría de la Relatividad; un icono —al margen del propio Einstein con el pelo blanco alborotado sacándonos la lengua— es la fórmula famosa E=m c2. Detrás de esta fórmula tan elegante por su sencillez están los fundamentos de la bomba atómica, pero también la identidad entre masa y energía y una de las constantes insuperables de la física, la velocidad de la luz.


El icono equivalente en biología evolutiva a mi juicio es la llamada The March of Progress, una serie cronológica de la evolución humana desde un primate encorvado que camina sobre sus nudillos hasta un airoso y erguido cromañón que empuña una lanza. Tanto la fórmula de Einstein o el propio Einstein como esta secuencia casi cinematográfica se han utilizado, como buenos iconos, en multitud de soportes, especialmente camisetas y pósters. Su capacidad representativa está por encima de muchos de iconos empresariales y de consumos, o al menos a su mismo nivel, desde el puente de la M de McDonald al rollizo muñeco de neumáticos de Michelin. Han sido un éxito que para sí quisieran muchos publicistas. Ahora bien, este éxito de público tiene su reverso negativo. En el caso de de La marcha del progreso, a menudo satirizada con un nuevo final como el de un oficinista nuevamente encorvado ante un ordenador, la parte positiva es que muy probablemente muchos han llegado a comprender la teoría de la evolución gracias a esta imagen y no de la lectura de manuales u obras serias divulgativas, pero a cambio, la parte negativa es que también ha contribuido a malinterpretarla o a simplificarla en exceso. Así, hoy sabemos que la evolución de nuestro grupo zoológico, la subfamilia de los Homininos, no ha sido lineal, como muestra la famosa ilustración, si no ramificada desde su base como una arbusto considerablemente enmarañado.


El autor de esa famosa ilustración fue un inmigrante siberiano que desarrollo su talento en Estados Unidos en la época  de la Gran Depresión del 29 y sucesiva para instituciones como la Universidad de Yale. Precisamente en esta última institución existe otra obra suya también mil veces utilizada y plagiada. Se llama The Age of Reptiles y ha sido plagiada y reproducida hasta en sellos de correos. Es un majestuoso mural de 34 metros por 5 de altura en la pared oriental de la gran sala del Museo Peabody de Yale, en New Haven, Conneticut, construido en esa fascinante y penosa época de la depresión y la ley seca y las bandas de gánsteres, los años veinte y treinta del pasado siglo. No se trata, —por fortuna añado, aún me duele la destrucción del encantador gabinete del Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid en un moderno museo interactivo contra en que no tengo nada, salvo que podría haberse instalado en cualquier otro sitio sin destruir su interesante precedente—  de una moderna instalación llena de displais, un espacio expositivo de los tiempos  actuales, con pantallas destellantes, hologramas y sonidos envolventes, sino una espléndida muestra de un santuario científico lleno de fósiles de dinosaurios porque en aquella época Yale subvencionaba a una banda de cazadores de huesos en el Oeste americano, que se asemejaban más a exploradores y pioneros del Far West que a científicos, que surtían de estos restos a la institución.


El enorme mural de los reptiles es el logro supremo de la carrera de Rudolph Zallinger por encima del más simple de la evolución humana. En él se muestra un relato de conquista, como el famoso tapiz de Bayeux (que no es un tapiz, sino un lienzo de tela bordado, pero ya nos vale) que relata la conquista normanda de las Islas Británicas. La Mona Lisa de la paleontología, la saga de las criaturas que más han fascinado desde la niñez a los humanos, los dinosaurios, desde unas criaturas pisciformes que se arrastraban por el fango, pisando emergentes por primera vez la tierra firme, hasta el extremo derecho donde pastan enormes bestias como el Brontosaurio o tremendos depredadores como el famoso Tiranosaurius rex. El mural comienza en su extremo izquierdo a 240 millones de años y acaba con el triunfo de esas fascinantes criaturas.


Zallinger nació en Irkutsk, Siberia, en 1919 y estudió Bellas Artes en la propia Universidad de Yale donde fue también profesor gracias a una beca durante la Gran Depresión. El museo Peabody le contrató para pintar el mural en 1943 por 43 dólares semanales. Tardó 4 años y medio en terminarse y entremedias Zallinger siguió un curso acelerado de paleontología además de un asesoramiento continuo por sus colegas .


Zallinger también pintó temas como la Revolución Rusa, pluvisilvas de la Guayana o la civilización minoica de la antigua Creta, pero nada tuvo mayor éxito que su mural sobre las fantásticas, que no fantasiosas, criaturas del Mesozoico; un parque Jurásico (y triásico y cretácico) mucho más ajustado y exacto medio siglo antes, que la famosa película, otro icono.

No, una imagen no vale más que mil palabras, pero las ayuda mucho, y a veces irremediablemente las suplanta.

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Ansío los comentarios.Muchas cabezas pueden pensar mejor que una, aunque esa una sea la mía