sábado, 9 de mayo de 2020

Ni una ni otra, sino enmedio, ni antes ni después, sino ahora


En ecología se llaman ecotonos a las fronteras entre ambientes distintos, como ejemplo más que típico los márgenes entre el mar y la tierra, su orilla cambiante, que suele albergar una alta biodiversidad y además organismos con más resiliencia ante los cambios más o menos bruscos. Lamentablemente en sociología el apelativo marginal es peyorativo, pero lo marginal es lo que suele anunciar a menudo el futuro, de modo que no son solo fronteras espaciales sino temporales. De ahí que marginales y no asentados en su momento fueron casi todos los genios humanos. 

Los bosques me gustan en sus lindes, junto a los campos de cultivo. Las selvas me gustan desde el borde de sus grandes ríos; el océano, desde sus orillas, la ciudad al borde de sus jardines; metafóricamente, los toros desde la barrera. A mí me fascinan las transiciones más que los hechos o los periodos consolidados. Me gusta el cuello y la nuca de las mujeres, las corvas y las rodillas, la cintura, los tobillos, la frente, las clavículas. Y mi periodo favorito de la historia del planeta es, por la misma razón, el triásico, hace más de 200 millones de años, cuando lo antiguo, Pangea, estaba muriendo, pero lo nuevo, los continentes y océanos, aún no estaban del todo separados. Un momento en que las salamandras gigantes se comían a los primeros protodinosaurios del tamaño de conejos, y los macromonzones eran la norma climática. 

A otra escala, me gusta e interesa mucho la época de entreguerras europea, recién descompuestos los imperios y asentándose las nuevas naciones. Por la misma razón, me fascina esta época nuestra que sigue en suspenso los viejos vicios civilizatorios: automóviles, consumo desaforado, contaminación, usos masivos del plástico (ahora por conveniencia sanitaria), pero nacen nuevos usos: el caminar como medio de transporte, la lectura como forma de entretenimiento, el teletrabajo, los niños en casa, los abuelos convenientemente en las suyas.

Las transiciones tienen la virtud de mostrar expresivamente lo que está desapareciendo y lo que está naciendo, es decir, la mutabilidad del mundo, el cambio como norma, la evolución más que la revolución. Por eso sueño con volver a hacer lo que considero lo mejor de lo antiguo: volver a ver a los amigos en persona y no por aparato interpuesto, comprar esa novela de la que he oído hablar (es un decir) en mi librería favorita, practicar mi fobia a las multitudes manejando hábilmente el einsteniano espacio-tiempo, es decir, salir cuando la gente no lo hace, o ir a sitios a los que la gente no va, ver de nuevo el Iguanodonte del Museo de Ciencias Naturales y el Cristo sostenido por un ángel de Antonello de Mesina en El Prado. 

Quiero conservar lo mejor del pasado y aprovechar lo mejor del futuro; es decir, quiero volver a estar junto al mar y huir a la vez de las puñeteras playas ¿No es eso el delirio de todo buen conservador?

2 comentarios:

Ansío los comentarios.Muchas cabezas pueden pensar mejor que una, aunque esa una sea la mía