viernes, 15 de mayo de 2020

La pechuga de los ángeles y la nostalgia del coronavirus



Esto de la nostalgia, así en general, tiene su aquel, como diría un castizo. Un refrán ruso afirma que es aún más difícil predecir el pasado que el futuro, dado que la memoria, como afirman los neurocientíficos, no es un registro fiable, sino una reelaboración. Porque la nostalgia, al igual que la futurología, se basa en la dificultad intrínseca de esa predicción. ¿Qué añora exactamente un nostálgico? ¿Otro lugar, que a veces ya no existe o no ha existido nunca?, ¿otra época, quizás mitificada, presunta edad de oro particular?, ¿otra vida mejor?, pero ¿era mejor? Muchos lo que añoran es su propia e irremediablemente perdida juventud, lo que es bastante lógico. Yo no añoro la mía, porque la dictadura en la que viví hasta los veinte años no me lo permite; esa fue una época lamentablemente gris y triste que la pujanza de mis hormonas no terminaba de compensar. Pero sí creo que la nostalgia es un elemento propio de nuestra especie animal. Yo no sé si los demás animales tienen o sienten nostalgia, como sí creo, después de convivir gozosamente con ellos, que los perros tienen conciencia o consciencia de sí mismos, como la tienen los primates superiores; no hay más que mirarles a los ojos, y sin embargo, esa conciencia se supone elemento consubstancial de los humanos.

Es menos sencillo de lo que parece, desde Darwin al menos, definir zoológicamente la humanidad porque la mayoría de los atributos que se nos adjudican se comparten con otras especies, desde la postura erguida a la fabricación de instrumentos o las modificaciones más o menos drásticas de los entornos. Sin salirse de la zoología y la anatomía comparada, yo sé que los ángeles no pueden volar, porque no tienen en la cintura escapular las clavículas soldadas en una fúrcula que les permite asentar los poderosos músculos del vuelo batido, que constituyen la carnosa pechuga, de las alas. Ya veis que yo no rechazo todas las discusiones bizantinas.

Pero volviendo al tema y acotándolo. Supongo que dentro de un tiempo muchos sentirán nostalgia de estos tiempos de confinamiento por el coronavirus, quizás del sosiego obligado o del amplio tiempo disponible, y muchos se sentirán además inapropiadamente heroicos, aunque no hayan sido sanitarios en la primera línea de defensa. Pero el heroísmo es siempre un asunto individual que se compadece mal con empeños comunes como el del confinamiento. El objeto de la nostalgia será seductor, pero también escurridizo y puede materializarse en recrear cualquier imagen del pasado paradójicamente con cualquier artilugio tecnológico del futuro. Los  caballeros andantes o los dinosaurios extinguidos (que no lo están, ahí tenemos a esos dinosaurios terópodos voladores que son las aves).

El progreso —ese mito moderno— no nos ha curado de la nostalgia, sino que lo ha agravado, del mismo modo que la globalización ha reforzado nuestro aprecio por lo local y no otra cosa son los nacionalismos. Lo que sí me parece claro es que la nostalgia es un mecanismo de defensa ante la indudable aceleración de la vida y los cambios y el regreso inviable a un mundo fragmentado y a una memoria colectiva que no es posible en este mundo demasiado grande. O pequeño. 

La cultura popular es nostalgia, aunque se pinte a veces de modernidad. La escritora rusa Svetlana Boyn cuenta que en el escaparate de una pequeña tienda de la avenida Nevsky de San Petersburgo (ciudad natal de la autora) que se llama Lo-li-ta, siempre se exiben conjuntos de ropa interior de color lavanda y que siempre también está cerrada por inventario. Muestra también la foto de una jovencita rubia y esquiva detrás de los barrotes de una ventana. Un poco más allá está la casa natal de Vladimir Nabokov, una casona italianizante de granito rosa finlandés. Veinte años después de su muerte se instaló una placa conmemorativa con su nombre. Él no podría habérselo imaginado cuando la ciudad se llamaba Leningrado ni siquiera cuando fue rebautizada San Petersburgo. Dicen que no se ha conservado el cuero que tapizaba las paredes del vestíbulo porque el Ejército Rojo lo utilizó para hacer botas. Eso no es nostalgia precisamente. Ni tampoco lo es que el despacho del padre un demócrata liberal y ministro del gobierno provisional, que en 1922 fue asesinado por matones de extrema derecha, sea ahora un banco. Entremedias, en 1920, Nabokov abandonó Rusia para no volver, ni siquiera en la forma fantasmal de turista (todo turista es en cierta forma un fantasma que se pasea por lugares que no habita)  que adoptaron algunos exilados. Pero Nabokov regresó muchas veces en su espléndida obra, que es un ejercicio de nostalgia poética, “como un espía sin pasaporte” por citar al propio autor.

La nostalgia elevada a la categoría de arte y no degradada como simple lamento, es un dolor casi físico y una añoranza metafísica de una cosmología perdida del mundo. Mi amigo Santi, que es un nostálgico empedernido, me recuerda muchas travesuras de mi pasado juvenil con verdadero gozo que generosamente comparte conmigo. Como aquella vez que pasado de copas —lo que se denominaba entonces ‘un pedete lúcido’— entré con unos amigos en el Bocaccio madrileño (a no confundir con el templo de la gauche divine barcelonesa) y al ver a Balbín, un conocido presentador de un programa televisivo de debates en aquel tiempo de solo dos cadenas públicas, en un pequeño palco rodeado de acolitos y pelotas, grité “que alguien apague esa tele!”, y recibí agradecido la mirada furibunda del aludido. Yo no soy nostálgico, pero me viene muy bien tener amigos que sí lo son. Como el propietario de esa tienda de lencería rusa.

Habrá nostalgia de estos tiempos pandémicos, ya lo verán. “Recuerdas como chateábamos como locos”. Yo prefiero chatear en la barra de un bar con los amigos presentes para que paguen su ronda. Pero claro que eso es también nostalgia.

5 comentarios:

  1. "Lo que sí me parece claro es que la nostalgia es un mecanismo de defensa ante la indudable aceleración de la vida"...

    Quizá el libro que más me ha gustado de Byung Chul Han, filósofo estrella y, a mi modo de ver, el tipo más atractivo del mundo después del tenista Stan Wawrinka, de los que he leído, digo, quizá mi favorito sea "El aroma del tiempo", que no trata precisamente de la nostalgia, pero sí de la percepción del tiempo que tenemos los occidentales, en comparación con épocas pasadas y con otras culturas.

    Como tú has sugerido, el autor coreano identifica el concepto de "aceleración" como uno de los males de nuestra época; causa indirecta de muchos de nuestros actuales padecimientos -psicológicos-, quizá también del mal de la nostalgia.

    Quizá, al proceder de una cultura no occidental, el autor es capaz de ver los males de Occidente desde fuera. Es posible que las culturas orientales tengan un enfoque más positivista del asunto; y por tanto, es posible, menos predisposición a caer en ensoñaciones nostálgicas, muy destacadas en nuestra cultura (¿no es por ejemplo toda la obra de Marcel Proust una pura elucubración nostálgica?).

    Chul Han viene a decir que la concepción del tiempo puramente utilitarista que tenemos los occidentales tiene una raíz cristiana. En concreto, el utilitarismo se acentúa con la llegada del protestantismo; pues con el cristianismo arcaico se habían previsto las necesidades contemplativas de la población con la fórmula "ora et labora".

    Es en las culturas protestantes donde se fomenta el hecho de ofrecer todos nuestros esfuerzos -laborales, se entiende- a Dios. Más tarde, según Chul Han, no resulta difícil sustituir al Dios tradicional por el dios-consumo; de modo que ahí quedamos cada uno de nosotros, con el pie cambiado, con una idea del tiempo de nuestra vida como cosa productiva, a la que extraerle un rédito, un provecho (reminiscencia de la anterior ofrenda divina).

    Para Chul Han la solución pasa por "desacelerar" nuestra concepción del tiempo. Por encontrar espacios temporales lejos de la mecánica utilitarista y productiva que nos exige la sociedad de consumo. Es decir, por recuperar ese lado contemplativo que se perdió con las exigencias utilitaristas del cristianismo protestante.

    Aunque quizá el mundo post-coronavirus exija del hombre más atractivo del mundo (detrás del tenista Stan Wawrinka) nuevas soluciones.

    Quizá la nostalgia posterior al confinamiento, a la que aludes, sea una nostalgia del carácter contemplativo -obligatorio- del tiempo que estamos viviendo. Cuando la maquinaria de la aceleración productiva vuelva a engrasarse.

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    1. No sólo el protestantismo, mucho antes de Lutero la vida monacal había sustiuido la cronología natural del calendario y las siembras por el horario a lo largo del día con sus oraciones y demás, había metido el cronómetro en la vida de las gentes, y las dichosas campanadas

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  2. Al parecer, el protestantismo es más resolutivo que el catolicismo
    Relaciona directamente el trabajo con la salvación. Y reduce los limbos (el purgatorio queda suprimido), el culto (como forma contemplativa) y el tiempo de oración.

    Según Chul Han el protestantismo, más que el catolicismo, prefigura el capitalismo. De hecho en las sociedades de raíz protestante (del norte de Europa) es donde el capitalismo arranca con mayor éxito.

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  3. Desgraciadamente, aún va a pasar muuuucho tiempo antes de que tú, José Morando, el tal Santi y todos los aquí presentes podamos volver a tomar unas copas en la barra de un bar.

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Ansío los comentarios.Muchas cabezas pueden pensar mejor que una, aunque esa una sea la mía