viernes, 5 de febrero de 2021

La banalidad de la ignorancia y la imaginación de la ciencia

 

Frente a la banalidad de las teorías alternativas y conspiranoicas, que parecen diseñadas por un mal lector de cómics, las de la ciencia son increíblemente imaginativas, maravillosas en el sentido de Lewis Carroll. De ahí lo de la imaginación del científico (y la precisión del poeta). De los más de cienmil geólogos de Estados Unidos, al parecer dos o tres defienden el computo bíblico de unos 6.000 años de la edad de la Tierra. Eso prueba el éxito porcentual de la educación, y también el empecinamiento de los idiotas congénitos. Hay casos de algún pintor con gran pericia para el dibujo realista que abandona el arte figurativo y se pasa al abstracto. Eso lo hacen los científicos contínuamente, no es sólo que acepten la revisión de sus hipótesis como parte consubstancial de su trabajo, sino que viven en cierta incertidumbre, a la inversa que los conspiranóicos que habitan su certeza inamomible. Las preguntas y no simplemente las respuestas es lo que hace poderosa a la ciencia. Por cada respuesta, provisional, que se consigue, se abren multitud de nuevas preguntas. Pero eso no significa abolir lo anterior. Einstein no borró a Newton, sino que lo extendió, y Newton sigue siendo válido para establecer las órbitas de los planetas o abolir el falso principio del impulso que explicaré en otro momento. Los científicos están aupados a hombros de gigantes anteriores.

Los humanos tenemos grandes problemas para salirnos de la escala de nuestros propios cuerpos y los esquemas de nuestras vidas. Tomemos en cuenta las unidas de tiempo. Nuestro sentido de la historia está basado en la edad media de una vida humana, unos 70 años. Un segundo es el tiempo que tarda en llenarse de aire nuestros pulmones después de cada inspiración o la duración de un latido de un corazón sano; dos de nuestros ritmos vitales más esenciales. Un día es la duración de la rotación de la Tierra sobre sí misma y un año el recorrido completo de nuestro planeta alrededor del sol. Siempre hemos sido inevitable y empecinadamente antropocéntricos. En el siglo IX un pie era la longitud del de Carlomagno; su pie era el pie. O el británico Enrique I y su decreto de que una yarda era la distancia entre su nariz y la punta del dedo mediano con el brazo extendido, o la romana milla como la distancia de mil pasos (milia passuum). Pero no siempre el hombre es la medida de todas las cosas como dictaba el griego.Ni es lo mismo el calendario dividido en meses y estaciones, obra de agricultores, que la jornada diaria dividida en horas, obra de monjes. 

Lo efímero es tan relativo como lo grande o lo pequeño. Los brevísimos fragmentos subatómicos que conocemos como “quarks” (por cierto bautizados así por el físico Murray Gell-Mann por la novela Finnegans Wake de James Joyce, para demoler el tópico de que los científicos duros son analfabetos de las artes) duran un picosegundo hasta su desintegración (una billonésima 10-12 de segundo); en ese picosegundo de gloria, un quark completa un billón (1012) de órbitas. En cambio la Tierra en sus 5.000 millones de años de existencia tan 'solo' ha dado 5 veces 109 vueltas alrededor del Sol y se espera que realice otras 10.000 milones de vueltas antes de que el Sistema Solar muera. Es decir, 15 veces 109 es un considerablemente menor que 1012 órbitas de nuestro planeta frente a las 1012 órbitas de esa ínfima partícula subatómica antecesora de protones y electrones. Conclusión sorprendente: nuestro planeta es mucho menos estable que los quarks, y nuestro sentido antropocéntrico del tiempo una lamentable vara de medir para muchos fenómenos. El quark no es tan efimero, el Sistema Solar no es tan estable. 

En cuanto a la dificultad de la ciencia, yo he conseguido entender en lo esencial la composición en quarks de las partículas del universo visible de Gell-Mann, pero no la novela de Joyce. “Three quarks for Muster Mark!", una de las muchas frases sin sentido, al menos para mí, del Finnegans. Pero esto no sólo demuestra la afición del físico por la alta literatura, también demuestra que los misterios de la física están escritos en un idioma hostil para los profanos sin deseos de esforzarse y de que ambas formas de conocimiento, la ciencia 'dura' y las artes avanzadas son formas complementarias y no antagónicas de sabiduría. Y para los que a menudo confunden la tecnología, imbrincada con la ciencia teórica, con la misma ciencia, piesen en un hacha de platino iridiado que reproduzca puntualmente una de sílex. No es una apreciable mejora, porque se sustenta en el mismo principio de la bifaz de piedra; en cambio, un propulsor de una lanza con dicha punta que aumenta el brazo de palanca en el lanzamiento sí lo es. Hay otra cosa que relaciona al Finnegans de Joyce con los quarks de Gell-Mann: ambas son obras inacabadas.

3 comentarios:

  1. Yo hace años me empeñé en leer el Finnegans Wake, traducida, y debo decir que lo entendí todo. Excepto un par de detalles de la traducción con los que no estoy del todo de acuerdo.

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    1. Emhorabuena, yo no pude, tampoco me interesó demasiado. En cambio, el Ulises me encantó pese a su fama de difícil

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    2. Era coña. Lo leí, pero no me enteré de nada. Tampoco creo que haya mucho de lo que enterarse. Es en mi opinión un juego formal llevado al extremo; como las deconstrucciones formales del cubismo analítico.

      Supongo que está lleno de guiños y de frases graciosas que en la traducción que leí yo se pierden.

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Ansío los comentarios.Muchas cabezas pueden pensar mejor que una, aunque esa una sea la mía