sábado, 20 de febrero de 2021

La libertad contra la verdad

 

Nadie ha sujetado el cigarrillo en la comisura de la boca como Albert Camus, Humphrei Bogart (aunque sospecho que lo imita) y Julio Cortázar (que es inimitable). Cigarrillo, boca y ojos entrecerrados por el humo forman un humano completo, expresivo y suficiente. Me gustan las cosas que están hechas de partes que encajan. No hablo de los puzles especialmente, sino de la Tabla Periódica, de la Rayuela de Cortázar (quiero tanto a Julio), de las bibliotecas, pero no me gusta que descompongan en partes lo que siempre debe ser un todo, como la libertad, porque estoy en contra de las libertades. Últimamente se cometen barbaridades en nombre de las libertades, lo que se compadece con el egocentrismo de hablar tanto de derechos y tan poco de deberes. Esto está muy bien contado —mejor que aquí— en un excelente artículo de Rocco Rochi titulado Metafísica del populismo, que se publicó en la revista Doppiozero en el 2018 y que yo descubrí gracias al novelista Sandro Veronesi. Ahí se refleja el conflicto nada sorprendente, entre verdad y libertad (en realidad libertades). En cualquier caso, es una guerra feroz entre verdad y libertad. La libertad se ha convertido, mira tú, en un concepto hostil, cerril, chirriante, lamentablemente plural, una cebra desmembrada por manadas de hienas en trozos sin unirse en un todo. La libertad de escoger lo que prefiramos, la libertad de rechazar toda autoridad, la libertad de no someternos a las leyes que no nos gusten (¿verdad, próceres catalanes?), la libertad de no respetar los valores de otros, la libertad de no respetar los acuerdos del pasado, las instituciones, el pacto social, la libertad de no rendirnos a la evidencia (la verdad), la libertad de sublevarnos contra la cultura, contra el arte, contra la ciencia (panda de pagafantas), la libertad de no vacunar, no usar antibióticos, la libertad de no creer en los hechos probados (y a la inversa: la libertad de creer en las noticias falsas, y la libertad de inventarlas), la libertad de contaminar, de extinguir animales y plantas, de ser los hombres sexistas y las mujeres machistas, la libertad de disparar al que invada nuestra propiedad, la libertad de rechazar y expulsar a los refugiados, de encerrarlos en campos de concentración, de dejar que los náufragos se ahoguen, la libertad de odiar a los que rezan a otros dioses, se visten de otra forma, comen otras cosas, hablan lenguas distintas, la libertad de odiar a los vegetarianos o a los que comen carne, libertad para cazar elefantes y ballenas, libertad de ser crueles, de ser maleducados, la libertad de ser ignorante, homófobo, antisemita, negacionista, fascista, nazi, la libertad de decir (y gritar) negro, gitano, sudaca, charnego, maketo, subnormal, mongolo, maricón. La libertad, en suma, ahí es nada, de hacer únicamente nuestra voluntad y perseguir nuestro interés, de equivocarnos sabiéndolo, porque es esa santa voluntad y no la Constitución el garante de la libertad. La libertad de elevar a héroe a un mediocre enfurecido que no sabe cantar ni mucho menos hacer poesía. Todas esas metástasis de la libertad pululan y envenenan las redes sociales y las manifestaciones callejeras.

Y luego está la verdad. Y también la libertad. Dos nombres de un poco lo mismo.

1 comentario:

  1. Muy interesante idea la del articulo, te agradezco la cita.
    No estoy tan convencido de lo que diré, pero valga como pensar en voz alta.
    Nuestro conocimiento, el de todos y también el da cada uno individualmente, descansa sobre hechos que asumimos como sólidos: “La matemática esta toda entrelazada y sostenida por sus axiomas”. Otro ejemplo en otro orden: “cada persona es valiosa por si misma”.
    Como para llegar desde alguna verdad fundamental hasta cualquier pregunta que podríamos hacernos hay que recorrer mucho trecho, usamos habitualmente unos atajos que nos permiten utilizar esas verdades fundamentales de manera más práctica. Esto es un de los orígenes del pensar rápido (o sistema 1) y pensar lento (sistema 2) de Daniel Kahneman.
    Lo que nos diferencia a los populistas y a los que declaran no serlo (me puedes incluir en este conjunto, por favor) es que los atajos que usamos son distintos. Ejemplo: Inglaterra ha perdido relevancia económica y política versus el resto de Europa en el siglo pasado. Estar integrada a Europa a través de una versión del mercado común le ha dado grandes ventajas a los ingleses, pero no a todos por igual: a algunos los ha favorecido bastante menos porque, de hecho, están menos integrados. Una verdad populistas es: “Para volver al bienestar anterior (real o imaginado, ya nadie queda que haya vivido en la época imperial) debemos separarnos de esta panda de chupasangres de Bruselas”. Podrían decir: “separarnos nos llevará al periodo de la inmediata posguerra, donde todo estaba racionado y la vida una mierda”, pero no forma parte de su conjunto de creencias supletorio.
    “Making great America again”, “Acabar con los Kurdos es engrandecer Turquia” y otras consignas parecidas tienen ese origen.
    Yendo ahora al costado anticientífico y anticultura (los terraplanistas, los antivacunas, los amantes del perreo, etc). Fijate que si no les interesara no dirían nada: ni a favor ni en contra. Pero levantan combativamente una bandera revulsiva. Porque les interesa, es una actividad estimulante, donde descargan libido y voluntad. No es que desconfíen de la ciencia, o de las artes: desconfían de los maestros y del sistema de transmisión de conocimiento.
    “Yo no soy ningún boludo para creerme esas monsergas de que el mundo es una pelota volando en el espacio, y lo sé porque me doy cuenta que quienes enseñan tal cosa son unos imbéciles. El mundo es plano y no se mueve, tal como me dicen mis sentidos”.
    Entonces: No aspirar a que la razón traiga a un populista a nuestras costas: es mucho más probable que atiendan a una historia que sea más emocionante y verosímil que la que habían escuchado. Más Cervantes y menos Ortega y Gasset.
    Chofer fantasma

    ResponderEliminar

Ansío los comentarios.Muchas cabezas pueden pensar mejor que una, aunque esa una sea la mía