domingo, 10 de enero de 2021

El cardo feo y las mujeres guapas

 


Me ha llevado toda la vida pasar de mirar a ver. Cuando veo a una mujer hermosa, después de mirarla, de un buen repaso a sus deseables atributos, evoco las posibilidades de un placentero ayuntamiento, lo que podríamos hacernos el uno al otro, juntos, cada uno con su yo. Es inevitable, pienso, en todo varón heterosexual. De hecho, las mujeres más irresistibles para mí son las que después de una mirada que no revela instantáneamente su  belleza, puedo acabar viéndolas particularmente hermosas. Además, no suelen saber que lo son, no se comportan como tales, lo que las hace aún más irresistibles.

Lo mismo me pasaba en otras épocas cuando intentaba escribir una novela. Conseguiría una estructura sólidamente trabada, como una catedral gótica con sus arbotantes o como un supuestamente sencillo completo pajar con sus vigas maestras y sus caídas de agua. Las líneas simples del relato, la exquisita y precisa pintura de sus personajes, el agudo análisis de sus motivaciones, de sus sentimientos. La plasticidad, casi cinematográfica, de las descripciones. Y por supuesto, la brillantez del estilo, la armonía y ligereza de la composición, mozartiana, alegre y profunda; la corriente soterrada de misterio y el raro atractivo de la historia contada. En suma, una obra maestra, un monumento literario, un hito de la narrativa. Por supuesto nunca lo conseguí. Tenía más abandonos y derrapes que un piloto de rallyes. Pronto descubrí que si bien tenía cierta facilidad para la escritura, me faltaban los de la imaginación, esa que sí tenía en la evocación del ideal ayuntamiento placentero con mujer hermosa. Había además otro impedimento: siempre he sido un concienzudo lector y mi principal virtud intelectual es la admiración hacia el talento de otros, como hacia los cuerpos de otras. No me podía resignar a pergeñar un truño cuando sabía paladear exquisiteces salidas de otras mentes más capaces. Soy mejor lector que escritor, como se preciaba Borges, y eso me paraliza o me incita a desechar lo mío. Podría intentar emularlos, pero cuando veo correr a un plusmarquista de los cien metros lisos no se me ocurre intentar competir con él y me quedo sentado viéndole por la tele (el atletismo de gran nivel es de los espectáculos que más me gustan). Mi plena madurez creadora, la que poseo ahora, dicta a la vez mis limites, lo que puedo y no puedo hacer. Como el libro que pausadamente ahora estoy escribiendo en el que sus capítulos personajes son el cardo borriquero, la margarita perenne, el silencio del cuerpo, los apostaderos de ciertas aves. 

La raiz latina de 'inteligencia' es 'escoger entre'. No sólo la inteligencia es la capacidad de escoger entre diversas opciones; la vida implica eso mismo: escoger, y por tanto, también saber renunciar. Escoger mal es ser tonto y escoger bien es ser listo. Pero los más tontos entre los tontos son los que no escogen ante diversas alternativas, los que sólo 'ven' una, es decir, los que actuan con prejuicios; por ejemplo, los fanáticos abducidos por teorías conspiranoicas. Eso no implica que ser consciente de las propias limitaciones sea una forma de no elegir, sino una forma de no elegir lo inviable.

Sólo he sentido un gozo comparable al de cuando una mujer deseada me ha hecho saber que sus intenciones hacia mí eran idénticas, cuando he tenido en mis manos el primer ejemplar de algún librito escrito por mí. Hoy ya no me pasa, en ninguno de los dos casos, me he vuelto dolorosamente invisible para las mujeres que deseo y ya no publico, aunque este que ahora tengo entre manos quizás rompa ese silencio. Pero a cambio, tengo, sigo teniendo, siempre lo tendré, el gusto por leer un libro bueno, y el de haberlo buscado y encontrado. O, como las mujeres hermosas de antaño, ese libro que me ha encontrado por fin a mí.

El cardo corredor  (Eringium campestre) es una planta fea que a mí me parece bonita porque sé muchas cosas de ella y conocer es amar. Es una umbelífera, como el apio (familia Apiaceae), espinosa, como todos los cardos, sean umbelíferas o compuestas como la margarita, y posee ese atributo insólito entre los vegetales: corre; cuando el cardo está maduro para esparcir sus semillas no las entrega al azar del viento o a la dispersión de un insecto volador, sino que la base de su tallo se seca y se fragmenta y la planta rueda sobre sí misma sembrando sus semillas. (Además se le llama cardo setero y cardo yesquero, aunque eso puede dar lugar a confusiones con ciertos hongos parásitos de troncos de ciertos árboles). Pero lo verdaderamente interesante ocurre debajo de él. Los buenos naturalistas no ven cosas en los organismos, ven procesos, situaciones y momentos en marcha... Debajo del cardo corredor se extiende el micelio de la exquisita seta de cardo (Pleurotus eryngi). Ese micelio formado por multitud de hifas, lineas de células sensibles, es lo más parecido a una red neuronal sin cerebro, al igual que una sola termita es mucho menos que la colonia en su conjunto, el termitero. Y así, el humilde e hirsuto cardo corredor es el esencial componente de una simbiosis maravillosa con otro organismo ajeno que, además, a la inversa que el cardo, se puede comer: el carpóforo o espematóforo visible, la seta, de un complejo laberinto oculto.

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En realidad, mi incapacidad para no escribir novelas se resume en mi incapacidad para elegir. En una trama siempre hay opciones a elegir en ciertos momentos, y yo dudaba entre varias o peor, pretendía recogerlas todas, incapaz de renunciar, paralizado para elegir. Muchos novelistas dicen que en cierto momento son los personajes los que toman las riendas del relato. Es venir a decir lo mismo.

3 comentarios:

  1. me parece que llegan a editar los que no tienen remedio, quienes no pueden evitarlo. Pero este es un tiempo interesante para intentar nuevas formas. Como lo eran el siglo 17 para el teatro de sala y la novela.
    Chofer fantasma

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    1. Las viejas formas todavía tienen mucha vida por delante. Nadie ha inventado desde Cervantes un artefacto más satisfactorio de que la novela para describir ciertos aspectos de lo humano

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  2. Sin duda, tienen mucha vida por delante. Como tenia la tragedia griega en el S. XVII. Traje al ruedo el tema porque me imaginé a vos haciendo planes para "la gran novela", cuando veo que comentar esos planes, ese picoteo en temas variados, es una forma de arte que quizás sea más apropiada a nuestra sensibilidad contemporánea. No creo que "En busca el tiempo perdido" o "La montaña mágica" estén mal, pero aunque disfrutemos esas novelas también es cierto que no es lo unico que leemos ni la mayor parte.
    Quizás estos tiempos llamen a nuevas formas.
    Los contemporáneos no tenían en unánime alta estima a esos que hoy consideramos genios. No hay manera de saber que uno está escribiendo una obra que será relevante mañana y, en cierto punto, todo escritor se imagina fundamental.
    Pero disfruta haciéndolo, y por eso se toma esos trabajos
    Chofer fantasma

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Ansío los comentarios.Muchas cabezas pueden pensar mejor que una, aunque esa una sea la mía