martes, 12 de enero de 2021

El primer paso

 



Las teorías conspiranoicas son justo lo opuesto de la mecánica cuántica. La física profunda puede demostrar pero no mostrar; no se puede comprender intuitivamente sin el auxilio de procelosos cálculos avanzados. Mediante esos artificios, en realidad un lenguaje, captamos la realidad, pero seguimos sin poder verla a través de los sentidos. En ese sentido hemos empeorado; la concepción del mundo de Aristóteles podía ser comprendida por un pescador, crédulo desde tiempos de Jesús, pero la física cuántica no. Y a la mayoría sólo nos queda el consuelo de la sopa boba de la manida metáfora, como el gato de Schrödinger o el de las pueriles historias de astronautas que envejecen menos que si hubieran permanecido en la Tierra. Series de fábulas, cuentos cuyo trasfondo, su base, superaría nuestro entendimiento.

Pero siempre buscamos explicaciones a lo temporalmente inexplicable. En el siglo XVIII aún había eruditos que sostenían que las pirámides de Egipto eran cristales de grandes dimensiones, excrecencias naturales de la tierra que habían sido simplemente mejoradas, pulidas, por los hombres. Y hay tribus, si es que no las han arrasado ya los misioneros y los apóstoles de la modernidad, que cada mañana obligan a salir al Sol; están convencidos, empíricamente, ojo, de que el mundo comparece cada día porque se toman ellos ese esfuerzo y así lo quieren, aunque, tolerantes, dejan que muchos piensen que el mundo lo hace sin ayuda.

Otros teólogos creen en Dios, pero en un dios no entrometido, porque si el mundo fuera perfecto, viviría en él. Un demiurgo, lo que es mucho.

Qué pasaría si creyésemos hoy que el Sol sale porque así lo propicia un presidente de gobierno. La oposición diría que eso explica por qué es tan imperfecto. Locke decía que el mayor peligro de la democracia es que se equivoque la mayoría. Y se equivoca a menudo como lo demuestra Trump, Hitler, Berlusconi o Bolsonaro. Claro, es el error de identificar la democracia con votar. Pero no son las urnas sagradas, sino que lo sagrado es para lo que sirven.

Contra la ignorancia, que es un síntoma de la pérdida de curiosidad innata en el niño, sólo me cabe prescribir buenas lecturas. Prescribir libros para todos los pacientes ignaros deseosos de mostrarme sus síntomas. Pero el necio, por definición, no sabe que no sabe, y a esos sólo cabe colgarles el cartel de post mortem. Los demás tienen la posibilidad de recibir tratamiento, y el primer paso es paradójicamente recomendarles que no lean esos infundios breves y elementales, llenos de odio e ignorancia de las redes sociales, donde el matiz está tan ausente como la curiosidad y el deseo de saber qué piensan los otros.

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Ansío los comentarios.Muchas cabezas pueden pensar mejor que una, aunque esa una sea la mía