No es nueva la obsesión por la salud y la belleza corporal,
ya en la Grecia clásica existía, pero ahora alcanza cotas más absurdas. Los
alimentos, como la leche o los yogures están inflados de complementos vitamínicos
y minerales y hasta de medicamentos, tal que las estanterías de las cadenas de
supermercados parecen las de las farmacias. Los gimnasios abundan como nunca,
los aparatos caseros para hacer ejercicio, los corredores en las ciudades, los
suplementos dedicados al tema en los medios, etcétera. Sin embargo, se convierte
en paranoia ese interés cuando se advierten las reacciones de la gente ante
epidemias como la reciente del coronavirus. En parte es ignorancia y la mayor de ellas es
la de no tener en cuenta entre nuestros cálculos vitales que todos vamos a
morir. No entra en nuestros planes, es lógico, humano, y lo que antes ‘resolvían’
las religiones con la promesa indemostrable de otra vida ahora lo reemplaza esta
obsesión por la salud.
El miedo a los gérmenes también es lógico. Son muchos y muy
poderosos, pero hablemos de ignorancia. La idea de que algo tan minúsculo como
un germen pudiera causar tanto daño es relativamente reciente y se implantó no sin
resistencias. El microbiólogo alemán Robert Koch planteó en 1884 que el cólera
que causaba estragos (enormes comparados con el coronavirus) era debido a un
bacilo. Un colega suyo se mostró tan escéptico que ingirió un vial de bacilos
para demostrar qye no era así. No enfermó (probablemente este individuo había contraído el cólera
anteriormente y había sobrevivido por lo que tenía cierta inmunidad). Dos alumnos siguieron su ejemplo y murieron.
Pero no todos los microorganismos son malos, ni mucho menos, muchos son
beneficiosos y la mayoría al parecer inocuos. El concepto de microbiota, el
conjunto de estos bichitos que tenemos en el organismo se ha desarrollado
recientemente. El 10 por ciento de nuestras calorías no depende directamente de
los alimentos, sino de la descomposición de estos por nuestros microbios., que
además de sacar partido a esos alimentos que de otra forma no podríamos hacer,
en el proceso extraen provechos insólitos como las vitaminas B2 y B12
y el ácido fólico. Y es que frente a nuestras 20 enzimas digestivas las bacterias producen
10.000.
No hay estimaciones seguras sobre el número de microbios que
albergamos porque ese número aumenta con cada nuevo estudio. De momento se
calculan en 40.000 especies distintas. 900 en las fosas nasales, 800 en el
interior de las mejillas, 1.300 en las encías y hasta 36.000 en nuestros
aparatos digestivos, y cada día se descubren cientos de especies nuevas en
nuestros intestinos. Cada uno de nosotros está formado por 30 billones de células, aunque
la mayoría son esos glóbulos rojos sin núcleo que son poco más que sacos para
el transporte de oxígeno, pero tenemos entre 30 y 50 billones de células
bacterianas. Nuestra carga personal de microbios es de unos 1,4 kilos,
aproximadamente los mismos que el cerebro. De hecho, algunos investigadores
consideran a la microbiota como un órgano anatómico nuestro más. Además estas
comunidades microbianas son sorprendentemente específicas, propias de cada cual
y aunque intercambiamos microbios, por ejemplo en las relaciones sexuales, al
poco tiempo se restablece nuestro ecosistema microbiano particular.
¿Y los patógenos? Pues bien, del millón de especies de microbios
identificados hasta la fecha se sabe que 1.415 causan enfermedades en humanos,
un porcentaje ciertamente pequeño. Los asientos de plástico y textiles de los
transportes públicos también son una fuente abundante de microbios, no tanto
las barras metálicas, y los besos con o sin lengua transmiten bastante menos
microbios que los contactos con la piel como los apretones de manos. Algunos microbios
son inocuos y se encuentran en nosotros hasta que dejan de serlo.
En cuanto a los virus, semivivientes, puesto que se comportan
como partículas inertes durante siglos fuera de las células pero se activan inmediatamente
dentro y contra los que los antibióticos son ineficaces, hay un pequeño grupo de
virus gigantes que son fascinantes por sus implicaciones evolutivas. Los virús
corrientes tienen una docena de genes, pero estos tienen más de mil. El llamado
macrovirus de Bradford (Mimivirus) contiene un tramo de 62 letras que se
encuentra en todos los seres vivos (ver título de este post), desde nosotros a las bacterias, lo que le
convierte no sólo en un organismo vivo al revés que los demás virus sino además tan
antiguo como cualquier otra cosa en la Tierra.
Las bacterias, con su escaso ADN, mutan tan rápidamente que se
adaptan a resistir la acción de los antibióticos, se convierten en esas superbacterias
resistentes y casi invulnerables como resultado de una selección natural
acelerada por el abuso de estos fármacos, situación que ya señaló en tan
temprana fecha como 1945 el descubridor de la penicilina Alexander Fleming. Actualmente,
la realización de procedimientos médicos rutinarios como la implantación de
prótesis de cadera se están evitando por las infecciones bacterianas intratables
que conllevan.
¿Y el coronavirus? Ese bonito virus con nombre de cerveza
andaluza y aspecto al microscopio electrónico de una de esas minas marinas de
la Segunda Guerra mundial ha llegado para quedarse entre los millones restantes,
al igual que nuestro miedo a la muerte y nuestras obsesiones por una salud que
los microbios contribuyen a mantener al igual que a deteriorar.
1EL
TRAMO DE 62 LETRAS QUE SE HA ENCONTRADO EN TODOS LOS SERES VIVOS
Seguiremos predicando en el desierto. Pero consuela saber que dentro de otros 1.000 años, por ejemplo, habran otras mentes que reiterarán lo mismo frente a situaciones análogas. (siempre y cuando no hayamos podido finalizar la autodestrucción del ser humano mediante las técnicas del pánico y el aborregamiento).
ResponderEliminarLe veo optimista
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