miércoles, 11 de marzo de 2020

La sonrisa de la Gioconda y la de las políticas




Me interesa mucho el arte, incluido el actual, a menudo tan pretencioso como simplemente ocurrente; visito regularmente museos y exposiciones y ojeo y leo libros de arte. Con respecto a esto último he comprobado apenado que la falta de interdisciplinaridad en la crítica y el ensayo de arte perjudica este género que  no suele zafarse de cierto argot esotérico. Pongo un ejemplo muy tópico: la sonrisa de la Gioconda, que siempre se califica de enigmática y que se suele explicar con argumentos absurdos, desde que se trata de un varón hasta que no sonríe en absoluto. Sonríe levemente, pero…no tiene cejas. Nuestras cejas son muy peculiares; en lugar de las pobladas y prominentes (por el “bestial” arco superciliar) de nuestros primos los monos y antropoides, son pequeñas y activas, muy expresivas. No están tanto ahí para evitar que nos entre el sudor en los ojos desde nuestras frentes altas y demasiado planas (en comparación con el resto de primates), sino para expresar emociones, desde “Ándate con ojo” hasta “Me resulta difícil creerte”. Además los estudios antropológicos y psicológicos demuestran que es la expresión más universal y común a toda etnia y condición. Pero eso sí, una sonrisa auténtica es una microexpresión que solo dura entre dos tercios de segundo y cuatro segundos. Si dura más se convierte en falsa y amenazante, como se puede comprobar en los primeros planos de los Espagueti Western de Sergio Leone. Además se puede fingir la expresión de la boca curvando los labios, pero no la de los ojos que se ven implicados (se ven más luminosos) por contracción de los músculos orbiculares de los párpados, sobre lo que no tenemos control independiente.


Leonardo era un genio y un anatomista prodigioso, así que le hizo sonreír con la boca (¿falsamente?) muy delicadamente a su Mona Lisa, y la pintó sin cejas. Es conveniente leer La expresión de las emociones en el hombre y los animales que Darwin escribió trece años después de El origen. Está lleno de perspicacia y aciertos en un siglo donde los Lombroso, los Broca y demás contemporáneos suyos llenaban sus libros de sandeces incomprobables. O Haydon Down, descriptor (que no descubridor) del Síndrome que lleva su nombre y que el llamó mongolismo porque consideraba que se trataba de individuos idiotas (“idiotas mongoloides”) que habían sufrido una regresión innata a un tipo humano inferior al hombre blanco, como los asiáticos.


No se puede simular una sonrisa ante un experto en detectar microexpresiones. Por eso resultan tan falsas esas sonrisas mantenidas durante excesivo tiempo que tienen la costumbre de mostrar los políticos y, en mi opinión, las políticas de derechas. Harían bien en leer a Darwin, en mirar la Gioconda, incluso la copia del Prado madrileño, y de no enseñarnos tanto los dientes, porque se pueden interpretar como una falsedad y hasta una amenaza y no como una dulce incognita.

2 comentarios:

  1. Hasta donde yo sé, a pesar de que Leonardo, como dices, era un gran anatomista, tanto la cabeza como los hombros de ese retrato presentan sutiles deformidades (el claroscuro alrededor de los ojos y en la frente representa extraños abultamientos; y la altura de los hombros es muy baja). Quizá estos factores aportan misterio al cuadro. No lo sé. En cualquier caso, la leyenda, todo lo que se ha dicho sobre el cuadro, excede cualquier posibilidad de análisis.

    Las sonrisas de los políticos son otra cosa. Parecen máscaras que, como dices, sostenidas en el tiempo resultan más inquietantes que misteriosas.

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Ansío los comentarios.Muchas cabezas pueden pensar mejor que una, aunque esa una sea la mía