Me interesa mucho el arte, incluido el actual, a menudo tan
pretencioso como simplemente ocurrente; visito regularmente museos y
exposiciones y ojeo y leo libros de arte. Con respecto a esto último he comprobado
apenado que la falta de interdisciplinaridad en la crítica y el ensayo de arte
perjudica este género que no suele
zafarse de cierto argot esotérico. Pongo un ejemplo muy tópico: la sonrisa de
la Gioconda, que siempre se califica de enigmática y que se suele explicar con
argumentos absurdos, desde que se trata de un varón hasta que no sonríe en
absoluto. Sonríe levemente, pero…no tiene cejas. Nuestras cejas son muy
peculiares; en lugar de las pobladas y prominentes (por el “bestial” arco
superciliar) de nuestros primos los monos y antropoides, son pequeñas y activas,
muy expresivas. No están tanto ahí para evitar que nos entre el sudor en los
ojos desde nuestras frentes altas y demasiado planas (en comparación con el
resto de primates), sino para expresar emociones, desde “Ándate con ojo” hasta “Me
resulta difícil creerte”. Además los estudios antropológicos y psicológicos
demuestran que es la expresión más universal y común a toda etnia y condición.
Pero eso sí, una sonrisa auténtica es una microexpresión que solo dura entre
dos tercios de segundo y cuatro segundos. Si dura más se convierte en falsa y
amenazante, como se puede comprobar en los primeros planos de los Espagueti
Western de Sergio Leone. Además se puede fingir la expresión de la boca
curvando los labios, pero no la de los ojos que se ven implicados (se ven más
luminosos) por contracción de los músculos orbiculares de los párpados, sobre
lo que no tenemos control independiente.
Leonardo era un genio y un anatomista prodigioso, así que le
hizo sonreír con la boca (¿falsamente?) muy delicadamente a su Mona Lisa, y la
pintó sin cejas. Es conveniente leer La expresión de las emociones en el hombre
y los animales que Darwin escribió trece años después de El origen. Está lleno
de perspicacia y aciertos en un siglo donde los Lombroso, los Broca y demás contemporáneos
suyos llenaban sus libros de sandeces incomprobables. O Haydon Down, descriptor
(que no descubridor) del Síndrome que lleva su nombre y que el llamó mongolismo
porque consideraba que se trataba de individuos idiotas (“idiotas mongoloides”)
que habían sufrido una regresión innata a un tipo humano inferior al hombre
blanco, como los asiáticos.
No se puede simular una sonrisa ante un experto en detectar
microexpresiones. Por eso resultan tan falsas esas sonrisas mantenidas durante excesivo
tiempo que tienen la costumbre de mostrar los políticos y, en mi opinión, las
políticas de derechas. Harían bien en leer a Darwin, en mirar la Gioconda,
incluso la copia del Prado madrileño, y de no enseñarnos tanto los dientes,
porque se pueden interpretar como una falsedad y hasta una amenaza y no como una dulce incognita.
Hasta donde yo sé, a pesar de que Leonardo, como dices, era un gran anatomista, tanto la cabeza como los hombros de ese retrato presentan sutiles deformidades (el claroscuro alrededor de los ojos y en la frente representa extraños abultamientos; y la altura de los hombros es muy baja). Quizá estos factores aportan misterio al cuadro. No lo sé. En cualquier caso, la leyenda, todo lo que se ha dicho sobre el cuadro, excede cualquier posibilidad de análisis.
ResponderEliminarLas sonrisas de los políticos son otra cosa. Parecen máscaras que, como dices, sostenidas en el tiempo resultan más inquietantes que misteriosas.
La ausencia de cejas, insisto, es lo más relevante
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