Muchos consideran que la literatura es ‘sólo’
entretenimiento, pero es bastante más, por ejemplo, consuelo, y también por
ejemplo, conocimiento. En la novela de Bioy Casares Diario de la Guerra del
cerdo grupos de jóvenes se dedicaban a matar viejos por las calles. Deberíamos bautizar
al coronavirus como virus bioy. En España el virus, para mí virus bioy, mata a
personas con una media de edad de 85 años. Como nuestra esperanza de vida es de
82,8, se puede afirmar que mata a las personas que estadísticamente deberían
estar ya muertas. Por otra parte, los jóvenes son los más incumplidores de la
obligación de quedarse recluidos en sus casas y a la vez los más invulnerables
al nuevo virus, de modo que actúan como las hordas de Bioy, el otro Bioy, el
novelista, matando viejos a su paso.
Con o sin mascarilla andamos acojonados, pero es que es muy difícil
para los medios y las autoridades conciliar alertar con alarmar, dos verbos
vecinos. Así, si las autoridades competentes y los medios de información de
masas publicaran día a día los atendidos de gripe (490.000 el año pasado), los
hospitalizados (35.000), los ingresados
en las UVI (2.500) y los muertos (6.300), pues viviríamos aterrados,
como ahora. Yo no quiero que me digan de qué voy a morir, mucho menos cuándo
voy a morir, porque ya sé porqué voy a hacerlo. Me tocará cuando toque, y eso
no es fatalismo.
Dado que esta pandemia afecta por una vez más a los países ricos
que a los pobres, algunos ya han hecho bromas distópicas sobre la posibilidad
de que los europeos huyamos en pateras
hacia latitudes más salubres, como las africanas, y nos encontremos con
las insalvables barreras que habíamos colocado previamente cuando la situación
era la inversa y simétrica; y que de pasarlas sufridamente nos recibieran a
porrazos y nos gritaran que volviéramos a nuestro país, que ahí y ahora no
teníamos nada que hacer. Nos estaría muy bien empleado, una macro justicia
poética.
Este virus mata a gente mayor que debería estar muerta (según
las estadísticas y con beneplácito de los rácanos gestores de la sociedad del
bienestar) o con dolencias previas (¿y quién no tiene dolencias previas aunque
sea estreñimiento, insomnio o dolor de espalda?). Por otro lado, la malaria,
aparte de a los gorriones de las ciudades (en Londres ya no hay, en Madrid cada
vez menos) mata cada día veinte veces más que el virus coronavirus, digo bioy,
pero claro, se trata de gentes pobres y de malvivir. No es lo mismo, ni mucho
menos.
Yo, ciudadano cumplidor, estoy recluido en mi casa, sobre todo
desde que el primer día un dron me sobrevoló dándome un susto de muerte y
recriminándome mi criminal deambular. ¡”Flaneur, vete a cagar a tu casa que
para eso has acaparado tanto papel higiénico!”. Ahora sólo leo novelas breves
(El diario de la guerra del cerdo lo es), porque no quiero correr el riesgo de
morirme y dejarme un apetecible tocho a medias.
Mi guapa vecina me hace la compra. Le he dicho que también me
traiga condones. “¿Para que los quiere si usted vive solo?”, me ha preguntado; “cuando
los traigas te lo voy a explicar, cielo”, la he contestado.
Muy bueno, la vecina debe de haber sonreído con pena
ResponderEliminarDescreído
EliminarBioy aplaudiria que se levante a la vecina. Que gran novela es "diario de la guerra del cerdo", con que elegancia nos recuerda que podemos ser una mierda
ResponderEliminarSí, Bioy era la parte sexuada del tandem con Borges
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