Bien. Y ya puestos en pie o de pie, ese pie maravilloso como
he explicado en el post anterior, podemos empezar a caminar. Algunos, cada vez
más, prefieren correr. La única ventaja de correr sobre caminar, salvo que
llevemos prisa, es que se consumen más calorías por unidad de tiempo de
ejercicio efectuado. En cambio, las desventajas son múltiples; la más
importante el daño en forma de lesiones inmediatas o postergadas de
articulaciones, tendones, esqueleto y musculares. Caminar es, en cambio,
bastante inocuo.
De las 250 especies de primates, nosotros somos los únicos
que nos desplazamos exclusivamente sobre nuestros pies de forma erguida. Nuestros
ancestros bajaron de los árboles, posiblemente por un cambio climático
drástico, similar al actual, que convirtió las selvas húmedas (pluvisilvas) en
sabanas de árboles dispersos en extensos herbazales. Lucy (Australopithecus afarensis), la más famosa de
nuestros ancestros, medía un metro de estatura y posiblemente pesaría solo unos
27 kilos; un asequible manjar para cualquier leopardo, incluso un grácil guepardo.
Así que bajaría a campo abierto cuando no le quedara otro remedio, pero se
refugiaría en los árboles siempre a la mínima ocasión, que sería frecuente.
Lucy era tan trepadora o arborícola como pedestre. Lo más interesante es que muchos
paleoantropólogos creen que Lucy murió…al caer de un árbol.
Yo siempre he preferido andar a correr. Sólo he participado
en una carrera, de 1500 metros (medio fondo) cuando trabajaba en el organismo
preautonómico de Madrid, en el que el cuerpo de bomberos de la Diputación retó
al resto de trabajadores del organismo. Gané y el segundo fue un delineante y
sólo el tercero, el cuarto y el quinto fueron bomberos. Se vé que se les da
mejor subir escaleras o escalas que correr. A pesar de mi honroso triunfo nunca
he vuelto a participar en carreras; no me gusta demasiado. Pero andar sí,
Mucho.
La ambulación (mola la palabreja, ¿no?) humana es tarea que
requiere más habilidad de la que se deduce de la simple intuición. Se mantiene
el equilibrio sobre dos pequeños soportes, desafiando la gravedad. No hay más
que ver los graciosos primeros pasos de los niños pequeños. De hecho, mi hijo
mayor aprendió antes a soltar algunas palabras que a andar. Caminar requiere
lanzar el cuerpo hacia adelante (los niños frecuentemente se lo dejan atrás y
se caen de culo), de forma que tenemos uno u otro de los pies levantados del
suelo un 90 por ciento del tiempo, lo que requiere constantes reajustes de
equilibrio. Si tuviéramos que ‘pensar’ esos movimientos seríamos incapaces,
pero lo hace una parte de nuestro encéfalo de forma automática. Para colmo,
nuestro centro de gravedad está situado muy por encima de la cintura, al
contrario que los ‘tentetiesos’ lastrados por abajo que recuperan la
verticalidad inmediatamente.
Para cumplir todas esas tareas nuestros cuerpos se
modificaron drásticamente: el cuello se hizo más largo y sobre todo más recto,
uniéndose al cráneo en una posición central. Nuestro ‘foramen magnum’ es un
circulo en la base de la calavera. Si examinamos la de un perro, por ejemplo,
veremos que está desplazada hacia atrás y es elíptica, como corresponde a un cuadrúpedo. Tenemos
una espalda curvada en cuatro tramos (cervical, torácica, lumbar y sacra,
también llamadas lordosis, sobre todo si se exacerban) y flexible (salvo la del
monstruo de Frankenstein, que por eso anda como un niño chico; lo siento, Dr.
Frankenstein, debería haber prestado atención a las lordosis). Tenemos unas
rodillas descomunales, que siempre nos darán problemas conforme envejecemos, y
unas piernas que, contra lo que pueda parecer, no bajan rectas desde la
cintura, por unos fémures ingeniosamente laterales que se inclinan hacia
adentro desde la pelvis a la rodilla. Y las pelvis, ay, las pelvis, son la
causa de la condena de Yahve a Eva a parir con dolor; caso único entre las hembras de
mamíferos, porque, precisamente para facilitar el caminar, se han estrechado
enormemente.
Para caminar, y no sólo para sentarnos y alegrarnos la vista
con los ajenos como he dicho en la entrega anterior, hemos desarrollado unos glúteos
redondos y enormes (el suyo no, amable lectora, el suyo es justo el tamaño
agradable y agraciable) y el tendón de Aquiles, del que carecen el resto de los
monos (Paris no le podría acertar con una flecha precisamente ahí a cualquier otro
antropoide). Existe un golpe en técnicas de combate que consiste en derribar al
adversario con un golpe seco por encima de su talón. Y además tenemos poco pelo
corporal precisamente para andar. Los mamíferos peludos se enfrían con el
esfuerzo jadeando por la boca (lo que complica el respirar) y así permitiendo evaporar agua, pero nosotros
sudamos para evitar el sobrecalentamiento y de ahí volvernos lampiños y
desarrollar abundantes glándulas sudoríparas.
Así que tenemos culos chulos (eres más feo que el culo de una mona es un dicho masai) y pieles lampiñas para poder
andar erguidos, quién lo hubiera sospechado. Además tenemos la cara plana, sin
hocico, la frente alta para albergar nuestro hiperdesarrollado cerebro y los
dientes más pequeños, ya que cocinamos gracias al fuego. Inventar el fuego
supuso finalmente reducir el tamaño de nuestra dentadura. Y un, llamémosle,
feliz accidente: una laringe desplazada hacia arriba que nos permite el habla
articulada. Todo eso por el hecho de erguirnos. Cómo no vamos a estar orgullosos.
Hablando de ligamentos, tenemos en la nuca el llamado
ligamento nucal que no existe en los demás monos. Su tarea es mantener la
cabeza firme mientras corremos. Correr largas distancias (y asociadamente por
relevos, como los lobos) se nos da particularmente bien (sobre todo a los etíopes
y tarahumaras), y podemos (algunos) atrapar así un antílope en un día
caluroso.
En la próxima entrega, lo prometo, ya nos pondremos a andar. Pero
eran necesarios estos prolegómenos y además a mí siempre me han interesado
mucho los orígenes y la paleontología de nuestra especie, incluso más que la de
los fascinantes dinosaurios. Al fin y al cabo somos mucho más terroríficos que
aquellos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Ansío los comentarios.Muchas cabezas pueden pensar mejor que una, aunque esa una sea la mía