viernes, 20 de marzo de 2020

Nos disponemos a andar (pero quédense en casa), segunda entrega



Bien. Y ya puestos en pie o de pie, ese pie maravilloso como he explicado en el post anterior, podemos empezar a caminar. Algunos, cada vez más, prefieren correr. La única ventaja de correr sobre caminar, salvo que llevemos prisa, es que se consumen más calorías por unidad de tiempo de ejercicio efectuado. En cambio, las desventajas son múltiples; la más importante el daño en forma de lesiones inmediatas o postergadas de articulaciones, tendones, esqueleto y musculares. Caminar es, en cambio, bastante inocuo. 


De las 250 especies de primates, nosotros somos los únicos que nos desplazamos exclusivamente sobre nuestros pies de forma erguida. Nuestros ancestros bajaron de los árboles, posiblemente por un cambio climático drástico, similar al actual, que convirtió las selvas húmedas (pluvisilvas) en sabanas de árboles dispersos en extensos herbazales. Lucy (Australopithecus afarensis), la más famosa de nuestros ancestros, medía un metro de estatura y posiblemente pesaría solo unos 27 kilos; un asequible manjar para cualquier leopardo, incluso un grácil guepardo. Así que bajaría a campo abierto cuando no le quedara otro remedio, pero se refugiaría en los árboles siempre a la mínima ocasión, que sería frecuente. Lucy era tan trepadora o arborícola como pedestre. Lo más interesante es que muchos paleoantropólogos creen que Lucy murió…al caer de un árbol.


Yo siempre he preferido andar a correr. Sólo he participado en una carrera, de 1500 metros (medio fondo) cuando trabajaba en el organismo preautonómico de Madrid, en el que el cuerpo de bomberos de la Diputación retó al resto de trabajadores del organismo. Gané y el segundo fue un delineante y sólo el tercero, el cuarto y el quinto fueron bomberos. Se vé que se les da mejor subir escaleras o escalas que correr. A pesar de mi honroso triunfo nunca he vuelto a participar en carreras; no me gusta demasiado. Pero andar sí, Mucho.


La ambulación (mola la palabreja, ¿no?) humana es tarea que requiere más habilidad de la que se deduce de la simple intuición. Se mantiene el equilibrio sobre dos pequeños soportes, desafiando la gravedad. No hay más que ver los graciosos primeros pasos de los niños pequeños. De hecho, mi hijo mayor aprendió antes a soltar algunas palabras que a andar. Caminar requiere lanzar el cuerpo hacia adelante (los niños frecuentemente se lo dejan atrás y se caen de culo), de forma que tenemos uno u otro de los pies levantados del suelo un 90 por ciento del tiempo, lo que requiere constantes reajustes de equilibrio. Si tuviéramos que ‘pensar’ esos movimientos seríamos incapaces, pero lo hace una parte de nuestro encéfalo de forma automática. Para colmo, nuestro centro de gravedad está situado muy por encima de la cintura, al contrario que los ‘tentetiesos’ lastrados por abajo que recuperan la verticalidad inmediatamente.


Para cumplir todas esas tareas nuestros cuerpos se modificaron drásticamente: el cuello se hizo más largo y sobre todo más recto, uniéndose al cráneo en una posición central. Nuestro ‘foramen magnum’ es un circulo en la base de la calavera. Si examinamos la de un perro, por ejemplo, veremos que está desplazada hacia atrás y es elíptica, como corresponde a un cuadrúpedo. Tenemos una espalda curvada en cuatro tramos (cervical, torácica, lumbar y sacra, también llamadas lordosis, sobre todo si se exacerban) y flexible (salvo la del monstruo de Frankenstein, que por eso anda como un niño chico; lo siento, Dr. Frankenstein, debería haber prestado atención a las lordosis). Tenemos unas rodillas descomunales, que siempre nos darán problemas conforme envejecemos, y unas piernas que, contra lo que pueda parecer, no bajan rectas desde la cintura, por unos fémures ingeniosamente laterales que se inclinan hacia adentro desde la pelvis a la rodilla. Y las pelvis, ay, las pelvis, son la causa de la condena de Yahve a Eva a parir con dolor; caso único entre las hembras de mamíferos, porque, precisamente para facilitar el caminar, se han estrechado enormemente. 


Para caminar, y no sólo para sentarnos y alegrarnos la vista con los ajenos como he dicho en la entrega anterior, hemos desarrollado unos glúteos redondos y enormes (el suyo no, amable lectora, el suyo es justo el tamaño agradable y agraciable) y el tendón de Aquiles, del que carecen el resto de los monos (Paris no le podría acertar con una flecha precisamente ahí a cualquier otro antropoide). Existe un golpe en técnicas de combate que consiste en derribar al adversario con un golpe seco por encima de su talón. Y además tenemos poco pelo corporal precisamente para andar. Los mamíferos peludos se enfrían con el esfuerzo jadeando por la boca (lo que complica el respirar) y así permitiendo evaporar agua, pero nosotros sudamos para evitar el sobrecalentamiento y de ahí volvernos lampiños y desarrollar abundantes glándulas sudoríparas.


Así que tenemos culos chulos (eres más feo que el culo de una mona es un dicho masai) y pieles lampiñas para poder andar erguidos, quién lo hubiera sospechado. Además tenemos la cara plana, sin hocico, la frente alta para albergar nuestro hiperdesarrollado cerebro y los dientes más pequeños, ya que cocinamos gracias al fuego. Inventar el fuego supuso finalmente reducir el tamaño de nuestra dentadura. Y un, llamémosle, feliz accidente: una laringe desplazada hacia arriba que nos permite el habla articulada. Todo eso por el hecho de erguirnos. Cómo no vamos a estar orgullosos.


Hablando de ligamentos, tenemos en la nuca el llamado ligamento nucal que no existe en los demás monos. Su tarea es mantener la cabeza firme mientras corremos. Correr largas distancias (y asociadamente por relevos, como los lobos) se nos da particularmente bien (sobre todo a los etíopes y tarahumaras), y podemos (algunos) atrapar así un antílope en un día caluroso.


En la próxima entrega, lo prometo, ya nos pondremos a andar. Pero eran necesarios estos prolegómenos y además a mí siempre me han interesado mucho los orígenes y la paleontología de nuestra especie, incluso más que la de los fascinantes dinosaurios. Al fin y al cabo somos mucho más terroríficos que aquellos.

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Ansío los comentarios.Muchas cabezas pueden pensar mejor que una, aunque esa una sea la mía