miércoles, 18 de marzo de 2020

Reflexiones sobre el caminar erguido y los permisos para saltarse en confinamiento.



“¿Qué es lo que mueve el mundo? El mundo es como una rueda de hámster que da vueltas cuando se ejerce una fuerza motriz contraria. El mundo gira porque todos corren en la dirección equivocada “
David Mamet

Entre los muchos tópicos insuficientes está el de afirmar que el ser humano es un animal de ‘postura’ bípeda. No es exacto. Los humanos son animales de locomoción bípeda, pero en cuanto a la postura, si estamos parados, siempre que podemos nos sentamos, de ahí nuestras bonitas (a veces) nalgas, o nos tumbamos. Por eso una organización no sólo jerárquica sino represiva como el ejército está siempre dispuesta a mantener en posición rígidamente bípeda, firmes, a los subordinados. De hecho nuestro aparato esquelético sufre enormemente, músculos, tendones y articulaciones también, a  pesar de la corrección curvada de la espalda, cuando permanecemos quietos, en pie, parados. Una suerte de vértigo horizontal que puede concluir en lipotimias que nos devuelven a la posición supina. Pero lo contrario de esa quietud vertical y antinatural no es sólo el sosiego horizontal o la pausa sentada (que se ha convertido en demasiado habitual en nuestros hábitos sedentarios), sino el caminar. El hombre es una especie que camina. Incluso los bípedos como las aves no caminan. El mirlo macho que veo desde mi ventana permanece parado, casi horizontal al suelo y cuando se mueve… lo hace corriendo. Caminemos.


Se suele considerar que tenemos 206 huesos en nuestro cuerpo. Tampoco es eso exacto, hay que añadir ‘aproximadamente’. Un 12 por ciento de las personas tienen un decimotercer par de costillas extras, mientras que las personas con síndrome de Down suelen tener un par menos ¿Vendrá de ahí el mito de la creación femenina de Eva a partir de una costilla de Adán. No estaría mal traído porque los varones solemos ser un poco más mongólicos que las mujeres, con perdón de los Down. Pero lo que aquí me interesa resaltar es que son nuestras manos y pies los que acumulan mayor número de huesos del cuerpo (también de músculos, tendones, cartílagos, articulaciones, venas y nervios). Y es lógico; con los pies caminamos (tenemos pies, no ‘raíces’, señores nacionalistas) y así pudimos liberar las manos para manipular. Tampoco es cierto, sino otro tópico, que seamos los únicos con un pulgar oponible que permite ciertos agarres. Todos los primates tienen pulgares oponibles y hasta el oso panda tiene un sexto dedo, un falso pulgar, convenientemente dispuesto para asir su principal alimento, el bambú. Lo que tenemos es un pulgar con una movilidad excepcional, inédita en el resto de los monos, desnudos o no. En cuanto a los pies, tan olvidados por la maravilla de las manos, sólo entre ambos hay un total de 52 huesos, el doble que en toda la columna vertebral.


En cada mano tenemos 29 huesos, 17 músculos, más otros 18 en el antebrazo a su servicio, dos arterias principales, tres nervios principales, más otros 45 secundarios pero con nombre propio y 123 ligamentos. Nuestro maravilloso pulgar, el dedo uno para los antropólogos físicos, está colocado lateralmente a los otros cuatro, y en este momento, mientras tecleo torpemente con las yemas de esos cuatro, aprieto en cambio el espaciador del teclado con el lateral del pulgar, no con su yema. Pero el pulgar casi no lo uso para escribir; en eso me parezco a los chimpancés; en los resultados, me temo, a veces también. La mano es tan complejamente delicada que, al contrario que en las imágenes devotas, no se puede crucificar a un hombre clavándole las manos porque inmediatamente se desgarran: hay que hacerlo por las muñecas mucho  más elementalmente resistentes.


Pero tan centrados en las manos, un prodigio similar o mayor al ojo de chapuza darwiniana hecha con restos de ancestros pasados, nos olvidamos de esa otra maravilla de ingeniería biomecánica que son los pies. Los pies cumplen tres funciones bastante diferentes, de amortiguador (la curva del pie, el ‘arco’, inmensamente fuerte pero a la vez flexible es el que nos permite rebotar elásticamente a cada paso), de plataforma y de palanca de empuje. Eso distingue nuestros airosos andares de los más toscos, torpes y pesados de los demás simios (somos un simio. Y sí la taxonomía no fuera inevitablemente chovinista estaríamos en el mismo género que los chimpancés y los bonobos, de los que nos diferencia una distancia génica mucho menor que la de éstos con los gorilas, su siguiente pariente más próximo).


Inicialmente diseñados con una función prensil, por eso tienen tanto hueso, pero no se diseñaron para soportar el peso del todo el cuerpo, por eso duelen después de una larga caminata. Los avestruces lo han solucionado fusionando los huesos de los pies y el tobillo. Pero es que han tenido 250 millones de años para lograrlo y caminar erguidas, nosotros sólo hemos tenido 40 veces menos tiempo. A pesar de todo, la selección natural es una chapucera increíble en reciclar materiales originales “pensados” inicialmente para otra función. Si fuera un mecánico, la Evolución podría construir un carburador con una lata vacía de tomate.

El problema es que nuestro esqueleto estaba inicialmente “pensado” para soportar nuestro peso a cuatro patas, mejor sería decir que provenimos de un linaje a cuatro patas. Todos estos equívocos y paradojas aparentes son los que aprovechan los defensores anti evolucionistas del diseño inteligente (ellos no lo son).


De niño me encantaba cuando mi madre o mi abuela (no había padre) me firmaban una autorización para no ir al colegio. Ahora también la tengo, la que proviene de esa misma madre a punto de cumplir 91 años a la que iré  a ayudar, cocinando, limpiando y haciendo la compra. Pero iré andando (5 kilómetros desde mi casa a la suya), disfrutando de estas calles vacías, distintas e inéditas, y de este paisaje urbano alucinante, silencioso, amplio y a la vez hermético, cerrado, confinado, fijándome en detalles que el bullicio a veces me impide notar. Como esa hembra de Ginkgo (sólo se suelen plantar árboles machos —se trata de una especie dioica— ya que el fruto es muy maloliente al atraer insectos carroñeros) que he detectado en una calle lateral de una ostentosa arteria. Hago de la necesidad virtud y disfruto bastante. En la medida de vuestras posibilidades, haced lo mismo compatriotas confinados, y disfrutad.

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Ansío los comentarios.Muchas cabezas pueden pensar mejor que una, aunque esa una sea la mía