Se supone que podemos conocer el pasado y el presente —por
medios distintos— y presumir lo que pasará en el inmediato futuro, pero no es
tan fácil. En el año 476 nadie sabía que
con la caída del Imperio Romano comenzaba la Edad Media, y en 1492, con la
llegada de Colón a las islas del Caribe y
la caída de Constaninopla no se sabía que comenzaba la Edad Moderna, etcétera.
Hay evidencias de que estamos incursos en una nueva era, pero no nos hemos
apercibido del todo; dentro de cien años se definirá su comienzo que nosotros
no advertimos. Cuando miramos hacia atrás vemos a las poblaciones que nos
precedieron en manos de charlatanes, falsos profetas (¿los hay verdaderos?) y
miedos absurdos. Hoy es igual, las teorías conspiratorias, o conspiranoicas, se
difunden gracias a Internet y cobran una fuerza inédita. Somos muchos y estamos
aislados en nuestros precarios yos, pero intoxicados, uno a uno, o sea, todos,
por esa nube de información radioactiva de Internet. Reina la imagen, a ser
posible en movimiento, así que cunde la analfabetización funcional y el límite
entre la realidad y la ficción se diluye, somos tan crédulos e ignorantes (en
cierto modo) como los milenaristas medievales. El mayor invento de comunicación
del siglo es nuestro mayor aislante: Internet.
La política se ha convertido en todas partes en el arte del
engaño deliberado al servicio de los intereses económicos de los más ricos y la
brecha entre ellos y los demás se acrecienta día a día; muchos economistas
honestos sospechan con fundamento que eso es algo inherente, y presente desde
sus inicios, al capitalismo.
La verdad, sostiene el historiador militar Anthony Beevor, ha
dejado de tener importancia, en el Brexit, en las guerras de Oriente Medio, en
los nacionalismos europeos, en el populismo estadounidense. El respeto a la
verdad ha dejado de ser condición de las democracias, como nunca lo ha sido de
las dictaduras.
Beevor sostiene algo evidente, que las guerras ya no se
libran en campo abierto entre ejércitos, sino en las ciudades y con agentes
infiltrados entre la población no combatiente. La inmigración masiva y las altas
tasas de natalidad de los países pobres también evidencian esa urbanización.
Por primera vez desde Babilonia somos más los que vivimos en ciudades. Me
entero de que en Estados Unidos, el ejército más poderoso e ineficaz del mundo
se entrena ya entre rascacielos y barrios de chabolas simulados.
En 1980 cambió también la economía, se tornó absolutamente
global, mientras las políticas que debían regularla y hasta contenerla seguían
siendo locales, nacionales o todo lo más regionales, como la UE. El fin de las
limitaciones financieras, el libre comercio, la desregulación, la globalización
total para la economía, que no para las personas —los dólares se mueven sin
fronteras que detienen en cambio a las personas—. Como respuesta, aparecen las lealtades
locales, los ya periclitados nacionalismos que el turismo masivo no corrige,
sino que los incrementa; no hay nadie que viaje realmente menos, con menos
provecho y más palurdamente que un turista de viaje organizado en su capsula nacional
de origen.
Partidos políticos, mal o bienintencionados, sindicatos,
comprados o luchadores, iglesias, todos estos estamentos se ven superados por
la realidad global. La gente se torna escéptica y crédula a la vez, conectada y
aislada por los mismos instrumentos; va a ser cierto lo que afirmaba una de las
políticas más nefastas del pasado siglo, que no existe eso que llaman sociedad.
¿Cómo llamarán los historiadores del futuro a nuestra época?
Quizás la Era Internáutica, quizás la de la Posverdad, quizás no la llamen la Última
Edad, porque ya no existan los historiadores, sino sólo ricos muy ricos y
pobres, simplemente pobres. Un mundo feliz, o por emplear el idioma dominante,
A Brave New World. Huxley y Thatcher tendrían razón.
****
Me releo, lo que confieso con cierta vergüenza que me gusta,
y no me gusta lo anterior: demasiado pesimista, ultrarrealista. Procuro añadir
esta coda más optimista, voluntariosamente optimista. Sólo hay una forma
exitosa de estar en el mundo: acumular, consumir, hacerse muy rico. No me
interesa ni sabría instalarme en esa forma. Me interesa la de seguir haciéndome
preguntas, aunque no obtenga respuestas, me interesa ampliar mi mirada, comprender,
aislarme por voluntad propia del ruido y las imágenes en continuo movimiento,
me interesan los excluidos del sistema, buscar formas de vida diferentes a la
única que propone el capitalismo: explotar o ser explotado. Me gusta leer,
escribir, follar, viajar de verdad para estar en los sitios no para tacharlos de
una lista. Me gusta más la admiración y el entusiasmo que el diletantismo sarcástico,
tratar al sabio, no al resabiado. Me es más útil para llevar una vida buena leer
a Séneca o a Epicuro que el último índice de cotizaciones o el discurso banal
de un rey. Cuando oigo que no hay otra manera de hacer las cosas (nuevamente
Thatcher) me apresuro a buscar la forma de hacer las cosas de modo distinto;
ese es mi elitismo irrenunciable. No necesito estar jugando siempre con objetos
nuevos (me dan lástima esos jóvenes desorientados haciendo cola ante Apple para
hacerse con el último ingenio inventado). Me enseña más un niño no resabiado
que un bróker de éxito. Me siento más próximo a las putas que a las beatas, a
las brujas que a los inquisidores, a los leones que a los mártires cristianos.
Y espero como siempre que las mujeres, algunas, las mejores mujeres me señalen
el camino. Y es que en el fondo no me interesa más ecologismo que el que asegure la vida humana en el
planeta ni más feminismo que el que asegure una vida mejor a los
varones; si seré egoista...
Y el blog anterior?
ResponderEliminarCreí que ya estabas al tanto. No puedo acceder a mi antiguo blog ni renovar entradas, así que Vanbrugh me ha ayudado para crear este y seguir colgando nuevos posts. El de libros, La mariposa ahogada, sigue en activo y renovando entradas
Eliminar¿Te han hackeado o es un problema de claves? No puedo imaginar que se pierda todo ese material que has ido colgando durante años.
ResponderEliminarCreo que es incompetencia de blogger, no un ataque de hackers
EliminarEs un problema de claves, pero parece bastante insoluble. A mí me pasó lo mismo. Ambos teníamos sendos dominios personalizados, por los que hay que pagar. En mi caso, e imagino que igual en el de Lans, al renovarse la tarjeta de crédito asociada al pago, Google deja de poder cobrar. Hay que actualizarle los datos con la nueva para que cobre, pero aquí viene el problema: nuestros dominios se "compraron" cuando Google funcionaba de otro modo, y ahora mismo nuestras cuentas ya no cumplen los requisitos necesarios para entrar como administradores y dar nuevos datos de facturación. O, si hay algún modo de hacerlo, no hemos sido capaces de dar con él. El resultado es que los dominios en cuestión han "expirado" por falta de pago.
EliminarExiste la posibilidad teórica de importar al nuevo blog todas las entradas y comentarios del antiguo, y confío en que se pueda hacer. Yo pude hacerlo con el mío, pero el de Lans tiene unas diez veces más entradas y comentarios, y el proceso parece bastante más complicado. Aún así, no pierdo la esperanza.
Aquí estamos. Al loro. Encantados con la resurrección de "los periquitos". ;-)
ResponderEliminar