“Imagine there's no Heaven
It's easy if you try”(Imagina que no hay cielo/ es fácil si lo intentas)John Lennon
Las fronteras entre nuestra especie, el Homo sapiens, y el
resto de los animales se diluyen desde que hace siglo y medio Darwin expuso la
continuidad evolutiva entre todos los seres vivos. Ni la fabricación de
herramientas ni la inteligencia, midiendo esta por la capacidad craneal (que ha
disminuido levemente entre los cromañones y nosotros) explican nuestro abrumador
éxito como dominadores absolutos del planeta. Surge así otro factor que parece
clave: la cooperación flexible. Los humanos somos capaces de cooperar “en gran
número” ante retos comunes, y hacerlo de forma "flexible". Nuestros parientes
vivos más cercanos, bonobos y chimpancés, también son capaces de cooperación,
pero sólo en pequeño número entre individuos que se conocen desde antiguo y con los que han
establecido lazos jerárquicos y consanguíneos; cuando se encuentran con otros
grupos no surge la cooperación sino el enfrentamiento y la competencia. Por su parte, los
insectos sociales poseen estructuras cooperativas impresionantes de gran número de individuos que hacen
superior a cualquier colonia frente al individuo aislado, pero son rígidas, sin
posibilidad de cambio.
A menudo se confunde la cooperación con el altruismo al que se enfrenta el egoísmo individualista utilitario. Es un error, como lo es el falso dilema entre egoísmo y altruismo, cuando ambos coexisten en las sociedades y hasta en el mismo individuo. Hay una rama de la economía, la economía conductual, que se basa en un presupuesto equivocado pese a sus ínfulas científicas, diseñando experimentos como el famoso del Ultimátum en que dos personas deben repartirse 100 dólares, uno lo reparte como mejor le parece y el otro acepta o no, pero si lo rechaza lo pierden ambos. El experimento señala que si el reparto es claramente injusto, por ejemplo, un dólar para el otro y 99 para el que hace el reparto, ese otro prefiere rechazarlo y que ambos se queden sin nada. Por lo que las transacciones del juego tienen tanto más éxito cuanto más igualitarias son, por ejemplo, 30 o 40 dólares frente a 70 o 60 que entonces son aceptados en un 99 por ciento de los casos. Todo esto parecería señalar una tendencia a la equidad en nuestra especie. El problema es que las grandes masas de personas no se comportan como los individuos aislados. La mayoría de los régimen autoritarios y antiguos imperios eran muy desiguales y no por eso dejaron de persistir siglos.
Surge una pregunta. Si esto es así, ¿cómo es posible que a lo largo de la historia grupos reducidos de las élites dominaran a grandes masas de la población? Los antiguos egipcios poseían unas élites religiosas y aristocráticas y funcionariales que sometieron durante milenios a masas muy numerosas de campesinos y obreros. En 1740 Federico de Prusia, el Grande, invadió Silesia. La mayoría del ejército de Federico estaba integrado por desventurados soldados sometidos a férreas disciplinas y rigurosos entrenamientos y forma de vida. Mientras Federico contemplaba sus tropas, a esa enorme masa de soldados que no le profesaban un gran amor justo antes de iniciar la invasión, le dijo a uno de sus generales que lo que más le sorprendía de la escena era que “aquí estamos, completamente seguros, contemplando a 60.000 hombres; todos son nuestros enemigos [hoy diríamos ‘de clase’], y no hay uno solo de ellos que no esté mejor armado ni sea más fuerte que nosotros, y sin embargo todos tiemblan ante nuestra presencia, mientras que nosotros no tenemos razón alguna para temerles"
La explicación es que las personas tejen redes de sentido, creen en ellas absolutamente, sea en el dinero, el poder del rey o el sometimiento a los dictados de una religión y un dios. Cuando miramos atrás no entendemos como se pudieron haber tomado en serio esas redes de sentido, sin darnos cuenta que nosotros tejemos otras aunque desmontemos las anteriores. Uno va con un billete de un dólar al panadero para comprar una hogaza de pan y el panadero la rechaza. No pasa nada, está loco, vamos al supermercado y la compramos. Pero supongamos que la cajera del supermercado también la rechaza, y así sucesivamente. De repente ese dólar sólo es un trozo de papel que no vale nada. El dinero vale lo que vale porque hemos tejido en torno a él un consenso, una red de sentido compartida. Ahora bien, ¿cómo se explica que todavía en 1914 tres millones de nobles y empresarios rusos señorearan a 180 millones de campesinos y obreros? Porque las elites estaban organizadas y cooperaban entre sí y los proletarios no. En 1917, tan sólo tres años más tarde, la revolución triunfó no porque 180 millones de desfavorecidos se alzaran, sino porque 23.000 miembros del reciente Partido comunista se organizaron contra esos tres millones, situándose en el lugar adecuado en el momento preciso. Para hacer triunfar una revolución no bastan nunca los números.
Los sapiens dominamos el mundo porque sólo nosotros somos capaces de tejer esas redes de ‘realidades’ que no son ni objetivas, como la fuerza de la gravedad, ni subjetivas, como el odio o el amor, sino intersubjetivas, que sólo existen en la imaginación común. Esas redes permiten a los humanos crear imperios, realizar cruzadas, revoluciones o movimientos por los derechos humanos o admitir el valor supremo del dinero emitido.
Los nacionalismos, o las naciones son tratados como realidades objetivas por los nacionalistas (basándose en ‘argumentos’ manipulados históricos, culturales, lingüísticos, etcétera), y como subjetivos o emocionales por los internacionalistas como yo, pero son realidades intersubjetivas en las que las emociones están entretejidas con la razones más o menos objetivas. Por eso es tan difícil discutir con un nacionalistas en términos estrictamente funcionales o racionales, como lo sería discutir con un cruzado de la Edad Media, con un soldado de Federico o con un súbdito del faraón.
A menudo se confunde la cooperación con el altruismo al que se enfrenta el egoísmo individualista utilitario. Es un error, como lo es el falso dilema entre egoísmo y altruismo, cuando ambos coexisten en las sociedades y hasta en el mismo individuo. Hay una rama de la economía, la economía conductual, que se basa en un presupuesto equivocado pese a sus ínfulas científicas, diseñando experimentos como el famoso del Ultimátum en que dos personas deben repartirse 100 dólares, uno lo reparte como mejor le parece y el otro acepta o no, pero si lo rechaza lo pierden ambos. El experimento señala que si el reparto es claramente injusto, por ejemplo, un dólar para el otro y 99 para el que hace el reparto, ese otro prefiere rechazarlo y que ambos se queden sin nada. Por lo que las transacciones del juego tienen tanto más éxito cuanto más igualitarias son, por ejemplo, 30 o 40 dólares frente a 70 o 60 que entonces son aceptados en un 99 por ciento de los casos. Todo esto parecería señalar una tendencia a la equidad en nuestra especie. El problema es que las grandes masas de personas no se comportan como los individuos aislados. La mayoría de los régimen autoritarios y antiguos imperios eran muy desiguales y no por eso dejaron de persistir siglos.
Surge una pregunta. Si esto es así, ¿cómo es posible que a lo largo de la historia grupos reducidos de las élites dominaran a grandes masas de la población? Los antiguos egipcios poseían unas élites religiosas y aristocráticas y funcionariales que sometieron durante milenios a masas muy numerosas de campesinos y obreros. En 1740 Federico de Prusia, el Grande, invadió Silesia. La mayoría del ejército de Federico estaba integrado por desventurados soldados sometidos a férreas disciplinas y rigurosos entrenamientos y forma de vida. Mientras Federico contemplaba sus tropas, a esa enorme masa de soldados que no le profesaban un gran amor justo antes de iniciar la invasión, le dijo a uno de sus generales que lo que más le sorprendía de la escena era que “aquí estamos, completamente seguros, contemplando a 60.000 hombres; todos son nuestros enemigos [hoy diríamos ‘de clase’], y no hay uno solo de ellos que no esté mejor armado ni sea más fuerte que nosotros, y sin embargo todos tiemblan ante nuestra presencia, mientras que nosotros no tenemos razón alguna para temerles"
La explicación es que las personas tejen redes de sentido, creen en ellas absolutamente, sea en el dinero, el poder del rey o el sometimiento a los dictados de una religión y un dios. Cuando miramos atrás no entendemos como se pudieron haber tomado en serio esas redes de sentido, sin darnos cuenta que nosotros tejemos otras aunque desmontemos las anteriores. Uno va con un billete de un dólar al panadero para comprar una hogaza de pan y el panadero la rechaza. No pasa nada, está loco, vamos al supermercado y la compramos. Pero supongamos que la cajera del supermercado también la rechaza, y así sucesivamente. De repente ese dólar sólo es un trozo de papel que no vale nada. El dinero vale lo que vale porque hemos tejido en torno a él un consenso, una red de sentido compartida. Ahora bien, ¿cómo se explica que todavía en 1914 tres millones de nobles y empresarios rusos señorearan a 180 millones de campesinos y obreros? Porque las elites estaban organizadas y cooperaban entre sí y los proletarios no. En 1917, tan sólo tres años más tarde, la revolución triunfó no porque 180 millones de desfavorecidos se alzaran, sino porque 23.000 miembros del reciente Partido comunista se organizaron contra esos tres millones, situándose en el lugar adecuado en el momento preciso. Para hacer triunfar una revolución no bastan nunca los números.
Los sapiens dominamos el mundo porque sólo nosotros somos capaces de tejer esas redes de ‘realidades’ que no son ni objetivas, como la fuerza de la gravedad, ni subjetivas, como el odio o el amor, sino intersubjetivas, que sólo existen en la imaginación común. Esas redes permiten a los humanos crear imperios, realizar cruzadas, revoluciones o movimientos por los derechos humanos o admitir el valor supremo del dinero emitido.
Los nacionalismos, o las naciones son tratados como realidades objetivas por los nacionalistas (basándose en ‘argumentos’ manipulados históricos, culturales, lingüísticos, etcétera), y como subjetivos o emocionales por los internacionalistas como yo, pero son realidades intersubjetivas en las que las emociones están entretejidas con la razones más o menos objetivas. Por eso es tan difícil discutir con un nacionalistas en términos estrictamente funcionales o racionales, como lo sería discutir con un cruzado de la Edad Media, con un soldado de Federico o con un súbdito del faraón.
Los populismos, como el del triunfante Donald Trump, los
nacionalismos, como el de catalanes y vascos, tejen redes de sentido
intersubjetivo muy difíciles de combatir desde posturas meramente objetivas.
Discutir con un soberanista catalán es tan difícil como hacerle comprender a un
súbdito medieval que su lealtad inquebrantable a las elites aristocráticas quedaría
en nada si decide que no existe razón alguna para sostenerla. El problema es que lo que nos hace vulnerables a cuestiones
inexistentes en la realidad objetiva, es también la razón de nuestra máxima
capacidad para transformar esas realidades objetivas. Estamos tan entretejidos por nuestra biología
(neurología, fisiología), como por la psicología, la sociología y la historia. Somos
mucho más complejos que las abejas y por eso tenemos más éxito, pero también
más problemas, y así seguimos discutiendo si existe o no el cielo.
Parece, en efecto, que el ser humano necesita "darle sentido" a la realidad, aunque para ello haya de esas realidades subjetivas o intersubjetivas, como las llamas. Me resulta llamativo que ese mecanismo sea el mismo (o al menos esté estrechamente interrelacionado) con el que nos permite transformar la realidad, aunque en realidad tiene sentido (valga el juego de palabras). No obstante, también es verdad que la aceleración en la capacidad de transformación de la realidad (que no digo que sea buena) ha ido en paralelo a la disminución (aunque, desde luego, no desaparición) de esas cuestiones inexistentes dadoras de sentido. No digo, claro, que hayan desaparecido, peor sí que han perdido intensidad como fundamentos básicos de la mayoría de los seres humanos y de cada uno de ellos.
ResponderEliminarNo estoy seguro de entender del todo lo que dices. La cooperación fléxible y numerosa y la creación de "realidades" intersubjetivas (no lo digo yo, es una formulación que está arraigando recientemente) parece que nos han hecho lo que somos para bien y para mal, las responsables de nuestro éxito y de la posibilidad de morir de éxito.
EliminarTampoco yo estoy muy seguro de entender lo que dices, Miroslav. Me choca, en primer lugar, que hables de "esas cuestiones inexistentes dadoras de sentido". ¿Inexistentes? Algún día deberías explicarme qué entiendes por existir. En mi opinión a esas "redes de sentido" se las puede caracterizar prácticamente con cualquier otro adjetivo antes que con el de inexistentes. Imagino que te refieres a que existen "solo" en nuestras cabezas. Creo, justamente, que esa es la forma más intensa y eficaz posible de existencia. Creo, de hecho, que el Universo entero "existe" -existe para nostros, única existencia de la que tenemos constancia- en la medida en que lo hacemos existir también en nuestras cabezas.
EliminarY claro, por eso mismo no creo en absoluto que esas "cuestiones inexistentes" estén disminuyendo ni perdiendo intensidad. Su formación es un mecanismo inextinguible, porque forma parte fundamental del mecanismo básico mediante el que aprehendemos, entendemos, manejamos y transformamos el mundo. Es posible, seguro más bien, que estén cambiando, como llevan haciéndolo desde que apareció el homo sapiens. Forman parte importantísima de ese mundo que transformamos, y se transforman con él. Pero ni disminuyen, creo, ni pierden intensidad.
Me debo explicar fatal. De entrada, Vanbrugh, te doy la razón: esas cuestiones de las que habla el post de Lansky “existen” sólo en nuestra cabeza. Para ti es la forma más intensa y eficaz de existencia, para mí, en cambio, la menos. De hecho, si de esas cosas cupiera predicar (en el habla común) una existencia ‘fuerte’, el debate sobre la existencia de Dios, por ejemplo, carecería de sentido. Dios existiría sin ninguna duda, por el simple hecho de que existe en nuestra cabeza. Supongo que me admitirás que cuando un creyente afirma que Dios existe no está refiriéndose a que existe sólo en su cabeza (o en la de otros), del mismo modo que cuando un ateo dice que Dios no existe no pretende negar que exista en la cabeza de otros. Pues, si me admites esto, no veo por qué te parece erróneo llamar “cuestiones inexistentes” a cosas que sólo existen en el cabeza de quienes creen en ellas. En todo caso, me parece una precisión bizantina, terminológica si quieres. No tendría ningún inconveniente en incluir esas cosas de las que hablamos entre las existentes si con ello ganáramos algo, pero creo que, por el contrario, perderíamos precisión y capacidad diferenciadora.
EliminarEsa diferenciación entre dos tipos de realidades, las objetivamente existentes y las inexistentes en la realidad objetiva (estoy usando terminología de Lansky), pareces cuestionarla al llevar todo al plano de lo subjetivo. La realidad “existe” en la medida en que la hacemos existir en nuestra cabeza. Me sorprende que puedas llevar esa tesis subjetivista hasta el extremo. Una cosa es que creas (y yo también) que sabemos (o creemos saber) que una cosa existe porque le damos existencia en nuestra cabeza, y otra muy distinta que creamos que existe porque tiene existencia en nuestra cabeza. Pero en fin, nos meteríamos en caminos fangosos aunque sobradamente trillados.
“llamar cuestiones inexistentes” a cosas que sólo existen" , creo que esta frase tuya es un anacoluto.
EliminarTambién compruebo que no te interesa lo más minimo las realidades intersubjetivas, que es de lo que va mi post
En cuanto a la cuestión de fondo, trataré de explicar lo que quise decir. Sostiene Lansky que uno de los mecanismos mentales de nuestra especie que nos ha posibilitado (o ha contribuido) transformar el entorno tanto como lo hemos hecho es la capacidad, casi imperativo, de crear “redes de sentido”. Yo no lo he negado. Tan sólo apunto que pareciera que en los últimos siglos, o décadas, el ser humano, sobre todo en las sociedades más “avanzadas”, parece que se ha ido desprendiendo de muchos de esos “realidades existentes sólo en la cabeza” a las que, por economía de lenguaje, voy a llamar ‘mitos’. Algunos han sido sustituidos por otros, ciertamente, pero creo que, en general, tenemos menos mitos y los que tenemos tienen menos “intensidad” en su capacidad de dar sentido a la realidad. Naturalmente es una opinión que Vanbrugh niega, aunque creo que mi afirmación es bastante congruente si se pudieran comparar los esquemas mentales y su influencia sobre el comportamiento de un europeo actual y otro del siglo XIII, por ejemplo.
EliminarDe otra parte, este proceso de “desmitificación” (o, mejor, de debilitamiento de los mitos, de menor necesidad de tener realidades existentes sólo en la cabeza) ha ido en paralelo con la aceleración de la capacidad transformadora del ser humano (básicamente del progreso tecnológico). Así que se me ocurre que puede que el mecanismo mental esté interrelacionado, pero sobre todo para impulsar, para arrancar. En fin, no sé si he explicado mejor lo que quería decir, que, por supuesto, no deja de ser una opinión.
Miroslav: sólo una pregunta (porque tus mitos no sustituyen ni de lejos las realidades intersubjetivas, para nada): ¿Para tí que es el dinero? ¿Un mito?, ¿una realidad objetivae? ¿una realidad subjetiva? ¿Una realidad intersubjetiva? Márquese lo que corresponda (Ahora estoy seguro: no has leído el post con atención)
EliminarEl dinero, como tú mismo dices en el post y de acuerdo a la clasificación de realidades que propones (y que supongo que no es tuya, pero no citas fuente), es una “realidad in-tersubjetiva”. En la terminología que yo he propuesto para simplificar sería un mito.
EliminarTras haberme plegado a tu tontito y condescendiente juego, te agradeceré que te absten-gas de hacer juicios de valor sobre si leo o no atentamente tus posts (el cual leí dos ve-ces, pero claro como soy retardadito). Me tomo la molestia de tratar de explicarme por-que, ingenuo de mí, creía que decías sinceramente no haber entendido lo que decía. A lo mejor con el segundo comentario sí entendiste lo que quería decir, pero te debió parecer una estupidez a la cual no merece la pena contestar (actitud habitual en ti). Ya basta de prepotencia, Lansky; un poquito de educación hacia tus contertulios (al menos hacia mí) no vendría mal.
No había visto tu comentario intermedio a los dos míos.
EliminarNo, no es un anacoluto entre otras cosas porque no hay ningún error sintáctico en la construcción de la frase. Además la citas incompleta. La frase completa es “llamar “cuestiones inexistentes” a cosas que sólo existen en el cabeza de quienes creen en ellas”. Y la frase no es mía, sino de Vanbrugh, el cual, a su vez, se refiere a un término que empleo previamente (“cuestiones inexistentes”) que, a su vez, no es mío, sino tuyo (“cuestiones inexistentes en la realidad objetiva”). Tu obsesión por ser desagradable te hace caer en no leer con atención.
Y sí, sí me interesa tu post y sí entendí la triple división de “realidades”. De hecho, mi comentario inicial era para plantear una discusión bienintencionada sobre la idea princi-pal que expresas en él. Pero en vez de entrar a mi trapo te dedicas, como es habitual, a hacer juicios de valor personales y comentarios prepotentes.
No pretendía ofenderte, aunque suponer como sinónimos mito y realidades intersubjetivas..., me reitero en que es no entender el post. Y este último comentario tuyo, y no lo anteriores, me parece en efecto los de 'un tontito', por emplear tu ñoño vocabulario tipo Rajoy
EliminarRelee mis comentarios anteriores, Miroslav, y señálame la frase donde soy tan irrespetuoso (como es habitual), prepotente y maleducado.
EliminarA mí si que me tienes harto, vanms hasta los güevos, con tu manía de llamarme la atención
Como sabes, Miroslav, soy creyente, es decir, creo que Dios existe también fuera de la cabeza de los creyentes. Pero no necesito esta creencia para saber que la idea de dios -que como tal idea sí que existe solamente en la cabeza de los creyentes- es una poderosísima realidad, que ha cambiado el mundo mucho más profunda y radicalmente que, por ejemplo, la tectónica de placas -que, esta sí, existe sin duda alguna fuera de nuestras cabezas, además de dentro-. Puesto que esto es así con dios, con el lenguaje, con la nación, con la solidaridad, con la raza, con la yihad, con el arte por el arte y con otra enorme cantidad de realidades indiscutibles y actuantes, que constituyen el 90 % del mundo en que vivimos los humanos y el 99% de las fuerzas que lo mueven y que, sin embargo, existen solamente en nuestras cabezas, decir de todas ellas que son inexistentes me parece una distinción irrelevante en el mejor de los casos y contraproducente en el peor y más probable. Una cuestión terminológica, sí, como dices: y, como tal, uno más de esos fenómenos "inexistentes", es decir, existentes solo en nuestras cabezas y, por ello, fundamentales. Una cuestión terminológica bien planteada ilumina el mundo -el mundo en nuestras cabezas, una vez más: es decir, el mundo que nos importa, el mundo en que vivimos- y una mal planteada, como esta que tú haces, lo confunde y lo vuelve menos inteligible; y por ello, ambas tienen consecuencias trascendentales, de existencia indiscutible, que cambian el mundo -también ese mundo físico, objetivo, que parece ser el único en cuya existencia crees- más radical y enérgicamente que cien terremotos.
EliminarNo recuerdo, y no tengo ganas de releer para comprobarlo, de quién es la expresión -que no frase, no es tal: es solo el sujeto de una frase a la que falta el verbo y el predicado- "llamar cuestiones inexistentes a cosas que solo existen". No sé, como digo, quién ha sido el primero en escribirla, si Miroslav o yo, pero sí que no hay en ella ni anacoluto ni incorrección alguna, es perfectamente correcta. Si no lo crees así, Lansky, te ruego que me señales cuál es la incorrección que ves en ella.
EliminarNo sé de esta cuestión más que lo que cuenta Lansky en el post y lo que yo mismo soy capaz de pensar al respecto, pero me parece que las "redes de sentido" de que habla el post son un concepto mucho más amplio que los "mitos" a que quiere reducirlas Miroslav. Es decir, que los mitos son, efectivamente, "redes de sentido", pero que hay muchas más coas incluibles en este amplio y útil concepto que no son reducibles a mitos, ni tienen nada que ver con ellos. Probablemente diga tonterías -es lo que tiene escribir deprisa, de mañana y sin mucha meditación- pero la OTAN, por ejemplo, o el lenguaje, creo que encajan perfectamente en la definición de "redes de sentido", mientras que me parecería bastante absurdo calificar de mito, ni siquiera en sentido lato, a ninguna de estas dos cosas.
EliminarLa palabra no es anacoluto: una incorrección gramatical, sino incoherencia.
EliminarExactamente, eso que señala Vanbrugh en su penúltimo comentario es lo que pretendía replicar.
EliminarPero hay más. Organizaciones humanas poderosas realmente, como el imperio del Egipto faraónico, la China comunista, los imperios europeos y el sistema escolar moderno, no son necesariamente perspicaces, pero fueron aceptados por su capacidad para imponer creencias ficticias a una realidad sumisa. Esta es la idea del dinero, nuevamente.
Exactamente (respuesta al último comentario de Vanbrugh con el ejemplo de la OTAN, ¡menudo mito!)
EliminarEstoy totalmente de acuerdo con lo que dices en este comentario, Vanbrugh; tanto es así, que me cuesta identificar en qué consiste nuestro desacuerdo. Yo no discuto qué las cosas que solo existen en nuestra cabeza carezcan de importancia ni si tienen más o menos que las “realidades objetivas”. Ni siquiera te discuto -ya te lo reconocí en el comentario anterior- que la cosas que existen solo en nuestra cabeza sí existen (de hecho lo estamos diciendo). Tan sólo insistí en que es un tipo de existencia distinta y en esto no creo que disintamos.
EliminarDecir que esta distinción obvia es irrelevante me parece excesivo y, de hecho, no es lo que ocurre con el lenguaje normal. Por eso te ponía el ejemplo de la existencia de Dios, argumento que sorteas contestando que la idea de Dios es una poderosísima realidad que ha cambiado el mundo (algo que comparto plenamente). Pero a lo que yo me refería es que cuando se habla de la existencia de Dios se habla de la existencia de Dios como realidad objetiva, no de la existencia de la idea de Dios (de Dios solo en nuestras cabezas). Es decir, no soy yo quien distingue al hablar, usando el verbo existir para las realidades objetivas y el no existir para las que están sólo en nuestra cabeza.
Yo no niego la existencia de realidades que existen solo en nuestras cabezas, como me imputas. Simplemente uso el lenguaje como la mayoría de los hablantes (al fin y al cabo el lenguaje es eso: un código convencional para entendernos). E insisto, cuando de algo se predica que no existe no se está negando en términos ontológicos su existencia. Eso sería absurdo porque el mero hecho de nombrarlo le da existencia como concepto, como “realidad dentro de nuestra cabeza”. Simplemente se está diciendo que no existe en la realidad objetiva, no tiene existencia fuera de nuestras cabezas. Sería más preciso (tienes razón) decir que no existe fuera de nuestras cabezas, pero eso es muy largo e innecesario, porque cuando alguien dice que algo no existe, nadie entiende –salvo tú- que esté negando la idea de ese algo.
Miroslav: "Tan sólo apunto que pareciera que en los últimos siglos, o décadas, el ser humano, sobre todo en las sociedades más “avanzadas”, parece que se ha ido desprendiendo de muchos de esos “realidades existentes sólo en la cabeza” a las que, por economía de lenguaje, voy a llamar ‘mitos’. Algunos han sido sustituidos por otros, ciertamente, pero creo que, en general, tenemos menos mitos y los que tenemos tienen menos “intensidad” en su capacidad de dar sentido a la realidad. Naturalmente es una opinión que Vanbrugh niega, aunque creo que mi afirmación es bastante congruente si se pudieran comparar los esquemas mentales y su influencia sobre el comportamiento de un europeo actual y otro del siglo XIII, por ejemplo."
EliminarEstoy en absoluto desacuerdo con lo que pretendía exponer en este post
Quiero decir en desacuerdo con Miroslav, que expone cosas en desacuerdo con mi post
EliminarNo, tampoco yo entiendo que "cuando alguien dice que algo no existe esté negando la idea de ese algo". Lo que hago es discutir, por inoportuno, inútil y confuso, el significado restrictivo que tú tiendes a dar al verbo "existir" -no solo en esta discusión, es asunto que ya ha surgido y me ha sorprendido otras veces- que reservas solo para las cosas que existen objetivamente en el mundo físico. Con lo cual das una importancia a mi juicio no solo inútil, sino perjudicial, a una diferencia, la que hay entre los objetos físicos y las construcciones mentales -o, por ser más exactos: entre las cosas que existen solo dentro de nuestras cabezas y las que existen también fuera de ellas, por sí mismas- que a mí me parece que tiene importancia solo en casos muy determinados y desde puntos de vista muy específicos, como el de la existencia de Dios o la de la nación. Fuera de estas concretísimas cuestiones, u otras similares, la distinción me parece no ya irrelevante, sino directamente perjudicial, porque tiende a presentar como más reales, y por ello más importantes, las cosas que existen objetivamente fuera de nuestras cabezas; cuando yo pienso que nuestras construcciones mentales, incluso cuando no tienen un correlato objetivo fuera de nuestra mente, tienen una presencia y un papel en nuestra vida, y en el mundo -mental y físico- en que vivimos, mucho más relevante y trascendente que los objetos. El lenguaje ha de ser, para ser útil, un trasunto lo más "isomorfo" posible con el mundo a que se refiere; si reservamos un verbo tan importante como "existir" para una parcela tan relativamente poco importante como la de las cosas que existen fuera de nuestra cabeza, estamos usando el idioma de modo poco eficaz, como poco: en realidad, creo que de modo perjudicial.
EliminarSí, yo también he detectado esa restrictiva visión/concepción del mundo en Miroslav
EliminarVanbrugh, de cómo uso el lenguaje (que creo usarlo, como ya he dicho, como mayoritariamente es usado) deduces la importancia que le doy según qué cosas. Admitirás que no deja de ser un ejercicio arriesgado, y poco riguroso, propio de quienes están interesados no en conocer lo que alguien piensa sino en etiquetarlo. No pienso que sea tu caso, desde luego. Por eso, permíteme que aclare algunas cosas.
EliminarYo no creo que las cosas que existen objetivamente fuera de nuestras cabezas sean menos importantes que las que existen sólo dentro de ella. Al contrario, al igual que tú, creo que en la mayoría de los casos, para los seres humanos (y así lo demuestra la historia de la humanidad) las cosas que sólo existen dentro de nuestras cabezas son más importantes que las que tienen realidad objetiva. Espero habértelo dejado claro.
Pero es que tampoco creo que decir que unas existen y que las otras no existen (una vez todos asumimos que ese no existir no niega su existencia como idea o concepto) implica dar mayor importancia a las primeras frente a las segundas. De hecho, cuando uso esta forma de expresarme no estoy sino siguiendo la convención habitual del lenguaje. Eres tú, no yo, quien me atribuye una intención que no tengo (dar más importancia a unas que otras) cuando hablo así. Algo, dicho sea de paso, que no entiendo del todo por qué, ya que en algunos casos (Dios, nación) sí puede hacerse sin suponer juicio de valor y en el resto no.
De otra parte, tampoco creo que la forma más eficaz de usar el lenguaje sea no distinguir entre esos dos tipos de existencia, porque ciertamente son dos formas distintas de existir. Que lo hagamos añadiendo al verbo existir que en unos casos existe al exterior de nosotros y en otros en nuestras cabezas sería, en efecto, una posibilidad. En la práctica, la que se ha impuesto por los hablantes en el lenguaje, es la de existir e inexistir, como queda palmariamente mostrado en el caso de Dios. Y como también entiende todo el mundo cuando alguien dice que la Nación no existe.
Y, aunque disfruto discutiendo contigo, hasta aquí llego. Saludos.
Miroslav, en primer lugar yo en ningún momento he conjeturado, siquiera, la importancia que tú des a una forma de existencia sobre la otra. No he hablado de cuál sea la opinión tuya propia que hay en tu intención "antes de decir" lo que dices, sino de cuáles son los efectos objetivos que produce, "después de decir", la forma de decir que empleas. Imagino, claro, que tú también consideras más importantes, en conjunto, las realidades que creamos en nuestras cabezas que las realidades objetivas. No discuto lo que creo que piensas, sino el modo en que lo dices: concretamente tu empleo del verbo "existir" que, contra lo que dices, yo no creo que se atenga a su uso más generalizado. Si un hablante normal dijera, por ejemplo, que el lenguaje no existe, nadie entendería que se refiere a que no existe objetivamente en el mundo físico y sí solamente dentro de nuestras cabezas, sino a que no hay lenguaje. Si un hablante normal dice que no existe el patriotismo, o la ONU, o mi amor por mi mujer, nadie entiende que se limita a señalar que todos estos fenómenos son construcciones mentales que existen solo como realidades intersubjetivas. Lo que entiende todo el mundo es que está negando que haya ciudadanos que amen a su patria, o que los paises del mundo hayan creado una organización internacional, o que yo quiera a mi mujer. Contra lo que dices, el uso general del verbo existir no se reserva, en absoluto, para las cosas objetiva y realmente existentes más que en muy contados casos: el de Dios, por ejemplo, que tú te empeñas en generalizar como si perteneciera a la regla general de lo que entendemos por "existir", cuando para mí es evidente que constituye, muy al contrario, uno de los pocos y específicos casos en los que la distinción entre existir objetivamente y existir solo como construcción mental nos resulta importante. En la enorme mayoría de los restantes casos, "existir" se usa indistintamente para objetos reales del mundo físico o para construcciones mentales y realidades intersubjetivas, y declarar que no existe la fe católica -porque existe solo en las cabezas de los católicos- resulta tan chocante y objetivamente falso como declarar que no existe el Everest.
Eliminar“Contra lo que dices, el uso general del verbo existir no se reserva, en absoluto, para las cosas objetiva y realmente existentes más que en muy contados casos”. Puede que tengas razón, Vanbrugh, y que “Dios no existe” sea la excepción y no la regla. Lo admito pues; procuraré enmendarme y no referirme a “las cosas que solo existen en nuestra cabeza” como “cosas inexistentes”. Ello no significa que crea que es irrelevante la distinción; siguen siendo dos formas distintas de “existir”. Quizá el problema es que el campo semántico de existir sea demasiado extenso.
EliminarMiroslav, no sabes lo que te agradezco, y lo que te honra a mis ojos, esa admisión de que pueda tener razón el interlocutor con el que llevas dos días y veinte comentarios discutiendo; fenómeno rarísimo y precioso al que habré asistido diez veces, como mucho, en toda mi larga vida. Enhorabuena, y gracias.
EliminarTemo ser descortés, en comparación con esa magnífica actitud tuya, si insisto tras ella en que para mí la distinción es, peor que irrelevante, engañosa y obstaculizadora, y en que no veo, en absoluto, que la diferencia entre esas dos formas de existir tenga la menor importancia ni utilidad en la enorme mayoría de los casos. De hecho, creo que en la práctica dista mucho, incluso, de ser nítida: como vivimos en el mundo, también en el físico, nuestras construcciones mentales y realidades intersubjetivas se reflejan en él. El patriotismo, que en puridad existe solo en la cabeza de los patriotas, promueve conductas heroicas o criminales, mueve balas de plomo y medallas de oro, derrama sangre con leucocitos y blastocitos, todo ello cosas sumamente físicas y objetivas, que existen sin duda alguna también fuera de nuestras cabezas y que no existirían de esa manera sin el "inexistente" patriotismo que las provoca. Es un ejemplo tonto, sin duda los hay mejores: la ONU tiene sedes y delegados, y adopta decisiones que producen consecuencias materiales. Mi amor conyugal se traduce en vida en común, vivienda compartida y, por qué no mencionarlo, en polvos de lo más satisfactoriamente físico...
Quiero decir que en la práctica la existencia de estas realidades intersubjetivas resulta tan directamente perceptible por los sentidos como la del Everest, y el escalador que, movido por el orgullo patrio que inunda su pecho, alcanza la cima de este último experimentando, al tiempo que su innegable patriotismo, las correspondientes dificultades alpinísticas, hace bien en usar el mismo verbo, "existir", para referirse al monte que pisa, a las dificultades respiratorias que experimenta y al amor patrio que le mueve, porque en su experiencia todas estas cosas se presentan juntas y de no tan diferente manera. Todas ellas existen, y solo la elaboración mental posterior permite establecer alguna diferencia entre sus "modos de existir", y solo para el que quiera entretenerse en hacerlo, sin que en este momento se me alcance cuál pueda ser la utilidad de tal distinción. Y, en mi opinión, que esto sea así no significa que el campo semántico de "existir" sea, como dices, demasiado amplio, sino solo que el lenguaje se refiere al mundo, sí, pero más exactamente a nuestra experiencia del mundo (que es, en puridad, el único mundo que conocemos, del que podemos hablar y con el que podemos interactuar). Y en nuestra experiencia estas dos "formas de existir" nos llegan de manera sustancialmente idéntica en la mayoría de los casos, y no experimentamos la menor necesidad de distinguir entre cómo percibimos la existencia del vecino de abajo y cómo percibimos la existencia del amor platónico en la poesía provenzal.
Vanbrugh, no creo que me honre admitir que mi interlocutor tenga razón cuando me convencen sus argumentos. De hecho, por regla general, me esfuerzo en entender los argumentos de mi interlocutor para ver si me convencen, casi, me atrevo a decir, con cierta inclinación mental a que me convenzan. Por eso, cuando me convencen y cambio de opinión no considero que hago nada especialmente meritorio. En realidad, me alegro, porque me doy cuenta que, a lo largo del proceso de discusión, he aprendido más, he mejorado intelectual o culturalmente.
EliminarClaro que, de otra parte, no dejo de entender a lo que te refieres y sé que, en efecto, es poco habitual que quienes discuten “den su brazo a torcer”. Pero el que algo sea raro no quiere decir que merezca premio o agradecimiento. Más bien, más que honrarme a mí, las actitudes contrarias son las que “deshonran” al que las mantiene. Las personas que no argumentan sino que descalifican no tienen ningún interés en realidad en discutir, las más de las veces ni siquiera se molestan en entender lo que se les dice. Ciertamente, a mi modo de ver, son ellas las que se deshonran, al menos intelectualmente.
En cuanto al meollo de tu argumentación, nada que objetar a todo lo que dices en el segundo párrafo. Insistes en algo que ya te dejé claro que comparto en un comentario anterior. En efecto, las cosas que existen solo en la cabeza de los hombres son más importantes que las que tienen realidad objetiva. También puedo estar de acuerdo en que nosotros sabemos que las cosas existen porque “existen en nuestras cabezas”. Pero de ahí no derivo que es irrelevante la diferencia entre ambas formas de existencia ni, mucho menos, que la existencia de algo en la realidad objetiva se sigue de que exista en la cabeza de los hombres (esto último no llegas a afirmarlo, pero te aproximas peligrosamente). De hecho, nosotros mismos distinguimos perfectamente, de entre todas las cosas que existen en nuestra cabeza, cuáles tienen existencia en la realidad objetiva y cuáles no.
Dices (y acabo ya) que no tenemos la menor necesidad de distinguir. Yo creo que sí, yo creo que cuando predicamos la existencia tanto del amor platónico de la poesía provenzal como del vecino del piso de abajo, estamos distinguiendo implícitamente, y si creyéramos que el oyente está entendiendo que ambas son realidades de “la misma naturaleza” nos veríamos obligados a explicitar esas diferencias de existencia. Pero, para ir a un ejemplo que tú has traído al caso, justamente cuando combatimos lo nocivo de los nacionalismos e insistimos en la naturaleza de la idea de nación, nos puede convenir distinguir que su realidad es de distinta naturaleza que otras realidades.
"de ahí no derivo... ...que la existencia de algo en la realidad objetiva se sigue de que exista en la cabeza de los hombres (esto último no llegas a afirmarlo, pero te aproximas peligrosamente)".
EliminarNaturalmente que no llego a afirmar tal cosa, y que no me aproximo ni mucho ni poco a hacerlo. ¿Dónde me aproximo, según tú? ¿De qué que haya dicho yo podría seguirse, ni de lejos, semejante disparate?
"Si creyéramos que el oyente está entendiendo que ambas son realidades de la misma naturaleza nos veríamos obligados a explicitar esas diferencias de existencia". Pues sí, claro. Si creyéramos tal cosa, nos veríamos obligados a tal otra. Pero nunca creemos tal cosa, porque ante la evidencia de que la fe católica, el Presidente Trump, el índice de precios al consumo y las malas intenciones de mi cuñado son todas ellas cosas que existen nadie ha deducido nunca que se trate de cosas de la misma naturaleza, ni que sea el mismo modo de existencia el de todas ellas. El mundo real es variopinto y compuesto de millones de cosas absolutamente heterogéneas, y si tuviéramos que usar un verbo diferente para aludir a la modalidad en que existe cada una de ellas nos cargaríamos directamente el lenguaje, que está basado en nuestra capacidad de abstracción y generalización, y que es útil precisamente por ello. Una encina, un olmo y una palmera son seres absolutamente diferentes, y nadie teme que esta verdad pueda ser ignorada porque a todos ellos les apliquemos la palabra "árbol". Cuando no nos resultan relevantes las diferencias entre ellos, porque nos importa lo que tienen en común, la usamos. Cuando esas diferencias sí son importantes y queremos hablar solo de uno de ellos, usamos "encina", "olmo" o "palmera". Si necesitamos mayor especificación aún, podemos hablar del olmo gris más bajo de los dos que hay al fondo de mi huerto. Otra de las virtudes del lenguaje es que es flexible y nos permite generalizar, si es lo que necesitamos, o especificar, si es lo que nos conviene, hasta el grado que en cada caso nos venga bien. En mi opinión, especificar la modalidad en que existe cada una de los trillones de cosas, ideas, construcciones mentales y objetos manufacturados que todos ellos existen suele ser innecesario, a menos que el oyente sea tonto, en cuyo caso también es innecesario; es mejor no hablar con tontos. En cambio poder aludir con un solo verbo, "existir", a la cualidad de formar parte de nuestra experiencia, en una u otra medida, que todos esos "seres" presentan me parece una maravilla que debemos a la capacidad humana de abstracción, y a esa maravillosa consecuencia suya que es el lenguaje.
Un comentarista, educado, maravilloso, siempre dando ejemplo y corrigiendo al que no cumple sus exigentes patrones entra en este blog. Pero se siente ofendido presuntamente por el autor del blog. Consecuentemente ignora al tal susodicho autor (y a lo que dice, que utiliza sólo de pretexto para sus parrafadas semanticonas) y se dedica a colgar larguísimos (y superfluos) comentarios sobre un tema marginal y posiblemente erróneo con otro habitual del blof. Pues nada, estáis en vuestra casa y yo a otra (la misma) cosa.
EliminarLansky, a mí los comentarios de Miroslav no me parecen superfluos en absoluto, sino muy necesarios para decirme lo que me quiere decir; claro, que tampoco me lo parecen los míos que, probablemente, también te lo parecerán a ti. Simplemente ha ocurrido que, como viene pasando en estos blogs, incluido el mío, desde que yo los frecuento, dos lectores-comentaristas se han enredado en una discusión acerca de uno de los muchísimos temas que pueden derivarse del asunto del post, más numerosos e interesantes cuanto más denso y significativo sea el post que los suscita. Lo normal en el dueño de un blog en el que tal sucede, creo yo, es sentirse halagado por ello, permitirlo y hasta alentarlo en todo caso y, si la discusión le interesa, terciar en ella, enriqueciéndola con su punto de vista; y si no es así, dejar tranquilamente que sus lectores la desarrollen, lo que creo que no es malo para nadie y sí muy bueno para el blog. Así lo he hecho yo siempre, así lo hace Miroslav y así venías haciéndolo tú hasta ahora, con gran satisfacción -creía yo- de todos. De hecho este género de cuestiones es uno de los prncipales atractivos que para mi tienen los blogs en general, y este tuyo en particular; y probablemente el primer motivo de que los frecuente.
EliminarOtro atractivo y otro motivo para frecuentarlos es para mí el tono cordial que suele reinar en estos comentarios, la posibilidad de mezclar argumentos serios con bromas y el ambiente que todo ello crea, en el que se han desarrollado verdaderas amistades, tan satisfactorias como las que tengo contigo, con Miroslav y con algunos otros asiduos. Si esto va a dejar de ser así: si los comentarios van a tener que ceñirse a los asuntos y en los términos que dicte el dueño del blog, sin posibilidad de nuevas cuestiones ni de discusiones adventicias; si van a empezar a incluir observaciones personales desagradables y faltas de respeto innecesarias, y a convertirse cada dos por tres en lamentables peloteras, con regañina incluída del titular a sus díscolos comentaristas, sinceramente empezaré a replantearme si sigue interesándome ni apeteciéndome participar en todo ello.
Estoy de acuerdo contigo, pero... el segundo párrafo deberías dirigírselo a Mirsolav, repasa los comentarios tal y como han venido sucediéndose.
EliminarMe dirijo a ti porque eres el dueño del blog y el autor del comentario al que estoy respondiendo. Ni me importa "quien ha empezado" ni soy quién para meterme en ello. Creo que entre adultos normales estas cosas no tendrían que pasar, y anuncio mi intención de irme de cualquier sitio en que pasen. Allá vosotros si realmente os parece conveniente seguir enredándoos en estas riñas de patio de colegio; yo no tengo el menor deseo de hacer de mirón, ni mucho menos de profe que pone paz. Sentiré profundamente dejar de venir por aquí, donde llevo años pasándomelo verdaderamente bien, pero si el precio a pagar por seguir viniendo es seguir asistiendo a este género de espectáculos, lo cierto es que no me veo con ninguna gana de pagarlo.
EliminarQueda claro.
EliminarUn buen escrito, al principio, me ha preocupado pensando que ciertos mensajes sublimares ,objetivos y subjetivos moviera nuestro comportamiento. Como si fuéramos susceptibles de señales bioquímicas que diera lugar a nuestro comportamiento.Pero no, luego he bajado a la realidad y reconocido que el comportamiento de esa masa de soldados se debía a una sola cosa:"la caja de guerra",donde se guardaba las monedas en oro y plata,para soportar la guerra y llenada por banqueros y otros interesados,que financiaban la guerra. "ben"
ResponderEliminarTú ves siempre todo en términos de la bolsa y la Bolsa.
EliminarBuena entrada. Hace no mucho, leí este artículo sobre el filósofo Mencio y su parábola del niño en el pozo, donde ya sitúa el altruismo y el egoísmo como compatibles en el mismo individuo.
ResponderEliminarhttps://aeon.co/essays/the-influential-confucian-philosopher-you-ve-never-heard-of
Por cierto, lo que dices de que para las revoluciones no bastan los números lo dice O'Brien, el malo de 1984, cuando le decía a Wilson que los proletarios nunca se rebelarían ellos solos. Tristemente, es cierto.
Orwell era antes un pensador que un novelista (sus novelas son parábolas)
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