El terrorismo es un gravísimo problema, en efecto, pero lo
que no se suele decir es que lo es por las reacciones desmesuradas que provoca
en nuestras democracias y que son las causantes de sus éxitos. Los terroristas están
logrando copar las agendas de nuestros países, cambiar la situación geopolítica
del mundo, ocupar las primeras planas de la prensa. Nos olvidamos de que el
terrorismo es ante todo un espectáculo, su pavorosa violencia sólo tiene por
objeto captar nuestra atención, provocar nuestros lógicos miedos y exaltar
nuestra imaginación para hacernos regresar al caos medieval guerrero, cuando la
guerra era la norma y la paz una excepción entre dos conflictos. Ante este
espectáculo terrorista, los estados democráticos se ven obligados a reaccionar
con su propio espectáculo de seguridad y exhibición de fuerza, persiguiendo
poblaciones enteras, invadiendo países, constriñendo la libertad de sus propios
ciudadanos.
Los terroristas no tienen la mínima posibilidad de vencer a las democracias en conflictos abiertos, como no tiene fuerza una mosca para vencer abiertamente a un mamífero de gran talla. Pero los terroristas son como esas moscas que no pueden destruir una cacharrería, ni siquiera mover levemente una tacita, pero pueden introducirse en la oreja de un toro, que, enloquecido de miedo e ira sí tiene fuerza para destrozar toda esa cacharrería. La cacharrería es nuestro mundo, o al menos Oriente Medio, el toro somos nosotros, las democracias occidentales, y la mosca, ni que decir tiene, son los terroristas. Los fundamentalistas islámicos jamás tuvieron la mínima oportunidad de derrocar por sí solos a los regímenes que existían en Oriente Próximo hasta que lograron enloquecer al toro occidental para que lo hiciera por ellos. No podían derrocar a Sadam Hussein, pero podían logran que Estados Unidos lo hiciera por ellos simplemente encolerizándolo con los atentados del 11 de septiembre. Ahora las moscas terroristas medran entre las ruinas de Oriente Próximo. Esas moscas seguirán provocándonos pero siguen sin tener fuerza para hacernos retroceder a la Edad Media de su agenda, porque al final todo dependerá de nuestras reacciones y serán éstas las que tengan la culpa si regresemos a ese pasado belicista. Es el toro y no la mosca cojonera la que destruye todo.
Acaban de detener en Francia al último jefe de ETA, ese grupo delincuente que también desestabilizo a España y provocó sus reacciones desmesuradas, incluido su propio terrorismo de estado. Una mosca aletargada ya por el frío de nuestra democracia.
Los terroristas no tienen la mínima posibilidad de vencer a las democracias en conflictos abiertos, como no tiene fuerza una mosca para vencer abiertamente a un mamífero de gran talla. Pero los terroristas son como esas moscas que no pueden destruir una cacharrería, ni siquiera mover levemente una tacita, pero pueden introducirse en la oreja de un toro, que, enloquecido de miedo e ira sí tiene fuerza para destrozar toda esa cacharrería. La cacharrería es nuestro mundo, o al menos Oriente Medio, el toro somos nosotros, las democracias occidentales, y la mosca, ni que decir tiene, son los terroristas. Los fundamentalistas islámicos jamás tuvieron la mínima oportunidad de derrocar por sí solos a los regímenes que existían en Oriente Próximo hasta que lograron enloquecer al toro occidental para que lo hiciera por ellos. No podían derrocar a Sadam Hussein, pero podían logran que Estados Unidos lo hiciera por ellos simplemente encolerizándolo con los atentados del 11 de septiembre. Ahora las moscas terroristas medran entre las ruinas de Oriente Próximo. Esas moscas seguirán provocándonos pero siguen sin tener fuerza para hacernos retroceder a la Edad Media de su agenda, porque al final todo dependerá de nuestras reacciones y serán éstas las que tengan la culpa si regresemos a ese pasado belicista. Es el toro y no la mosca cojonera la que destruye todo.
Acaban de detener en Francia al último jefe de ETA, ese grupo delincuente que también desestabilizo a España y provocó sus reacciones desmesuradas, incluido su propio terrorismo de estado. Una mosca aletargada ya por el frío de nuestra democracia.
Efectivamente, el objetivo y la finalidad del terrorismo siempre está en las reacciones que provoca. La de los gobiernos a que aludes: restricciones de los derechos civiles, represión desmedida, en los casos más exagerados invasiones y guerras. Y otra reacción, tan grave o más: la de los propios ciudadanos. Es grave que se reprima, se invada y se restrinjan libertades, pero es más grave aún que todo ello se haga con la conformidad y la anuencia de los ciudadanos. Que haya, por ejemplo, una clara tolerancia de la opinión pública hacia la tortura policial para combatir el terrorismo a mí me parece la consecuencia más grave del terrorismo, más aún que la propia tortura. El terrorismo nos convierte a todos en terroristas, y la primera y fundamental forma de combatirlo es resistirse a esa conversión.
ResponderEliminarEstoy de acuerdo, ese es el objetivo primordial del terrorismo: cambiar nuestras prioridades, aceptar las limitaciones y agresiones a nuestras libertades, pero lo de convertirnos en terroristas ya es asunto de cada cual, aunque hay muchos 'cada cuales' que aprueban las invasiones de países, hay muchos otros -cuenténse los manifestantes en contra- que no lo haremos nunca
EliminarEstoy de acuerdo en que el terrorismo no puede vencer a los Estados (no hace falta que sean democracias) en conflictos abiertos. También en que sus principales efectos y triunfos son provocar reacciones desmesuradas de las propias fuerzas de los Estados. De lo que no estoy tan completamente seguro es de que los terroristas no tengan la mínima posibilidad de derrocar regímenes; yo diría que son muy pequeñas y además que dependen de la confluencia de muchas más circunstancias, pero en ciertos casos el terrorismo puede alcanzar sus éxitos finales (por ejemplo, la independencia de la mayor parte de la isla de Irlanda).
ResponderEliminarPuede
Eliminar